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jueves, 26 de junio de 2014

De pie, de rodillas, sentados... Padre José María Iraburu




 



Las normas litúrgicas de la Iglesia, bien realizadas y cumplidas, nos trazan un camino sagrado que nos lleva a Cristo.
 
–Cristo ascendió a los cielos, una vez cumplida su obra: salió del Padre y vino al mundo, y finalmente dejó el mundo para volver al Padre (Jn 16,28). Los discípulos «vieron» como Jesús se iba del mundo (Hch 1,9), y ascendía al cielo. Desde allí ha de venir, al final de los tiempos, para juzgar a vivos y muertos (Mt 25,31-33). Pero hasta que se produzca esta gloriosa parusía, una cierta nostalgia de la presencia visible de Jesús forma parte de la espiritualidad cristiana: «deseo morir para estar con Cristo, que es mucho mejor» (Flp 1,23; cf. 2Cor 5,6-8).


Cristo nos prometió su presencia espiritual hasta el fin de los siglos (Mt 28,20). No nos ha dejado huérfanos, pues está en nosotros y actúa en nosotros por su Espíritu (Jn 14,15-19; 16,5-15). Jesucristo tiene un sacerdocio celestial, que está ejercitándose siempre en favor de nosotros (Heb 6,20;7,3-25). Y en la liturgia vivimos esa Presencia los miembros de la Iglesia peregrina, «mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo» (Col 3,1).
Y es en la Liturgia donde los fieles cristianos vivimos el encuentro más pleno, más cierto y
santificante que tenemos con Él en la tierra. Como dice el Catecismo, la Liturgia de la Nueva Alianza «es un encuentro entre Cristo y la Iglesia» (1097).
–Cristo se hace presente a los fieles en varias modalidades, y todas ellas son presencias verdaderas y  reales. Las principales son confesadas en un admirable texto del Vaticano II.
«Cristo está siempre presente a su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la misa, sea en la persona del ministro, ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz, sea sobre todo bajo las especies eucarísticas. Está presente con su virtud en los sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la sagrada Escritura, es él quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: “Donde dos o tres están congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20)» (Sacrosanctum Concilium 7).
Todas estas modalidades de la presencia de Cristo son verdaderas y reales, aunque solamente es substancial la que se da en las especies consagradas. Así lo advierte Pablo VI en la encíclica Mysterium fidei (1965, nº 22).
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Mysterium fidei. Esa presencia invisible de Cristo, por medio de palabras y de signos sensibles, se hace visible en la Liturgia sagrada de la Iglesia. Es unidad de palabras y de signos –gestos, inclinaciones, genuflexiones, posturas corporales del sacerdote y del pueblo, todo un lenguaje no-verbal– tendrá una magnífica importancia y eficacia en la vivencia de las sagrados misterios. En efecto, en la Liturgia los signos sensibles significan y, cada uno de ellos a su manera, realizan la santificación del hombre [soteriología], y así el Cuerpo místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro [doxología]» (SC 7). Y de este modo maravilloso «en la liturgia terrena pregustamos y tomamos parte en aquella liturgia celestial que se celebra en la santa ciudad de Jerusalén» (SC 8).
Signos sagrados, que hacen visible lo invisible. Signos terrenos que expresan realidades celestiales… Mysterium fidei. A lo largo de los siglos, por obra del Espíritu Santo, los signos de la liturgia de la Iglesia se mantienen y, al mismo tiempo, se desarrollan en un crecimiento siempre homogéneo –como se desarrollan los dogmas–, expresando siempre unas mismas realidades de gracia. Y solamente «la Autoridad apostólica» es la que legítimamente puede establecer las formas concretas de la liturgia o aprobar las que por tradición se hayan ido formando (SC 22). Y así, «a través de las palabras, las acciones y los símbolos que constituyen la trama de la celebración, el Espíritu Santo pone a los fieles y a los ministros en relación viva con Cristo, Palabra e Imagen del Padre» (Catecismo 1101).
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–«42. Ordenación General del Misal Romano. Los gestos y posturas corporales, tanto del sacerdote, del diácono y de los ministros, como del pueblo, deben tender a que toda la celebración resplandezca por el noble decoro y por la sencillez, a que se comprenda el significado verdadero y pleno de cada una de sus diversas partes y a que se favorezca la participación de todos (SC 30, 34; 21). Así, pues, se tendrá que prestar atención a aquellas cosas que se establecen por esta Instrucción general y por la praxis tradicional del Rito romano, y a aquellas que contribuyan al bien común espiritual del pueblo de Dios, más que al deseo o a las inclinaciones privadas.

«La uniformidad de las posturas en la Liturgia, que debe ser observada fielmente por todos participantes, es signo de la unidad de los miembros de la comunidad cristiana congregados en la sagrada Liturgia: expresa y promueve, en efecto, la intención y los sentimientos de los participantes».
Es una tradición de la Iglesia que los  fieles que participan en la liturgia guarden una humilde uniformidad de sus posturas durante la celebración litúrgica, especialmente en la Eucaristía, que es el sacramento de la unidad de la Iglesia. Por esa uniformidad se significa la unidad de la Iglesia y al mismo tiempo se favorece. Según eso, todas las razones –psicológicas, culturales, de ritos cristianos antiguos, de religiones no cristianas, etc.– que puedan alegarse para justificar una dis-formidad de gestos y posturas corporales en la liturgia, todas son inválidas, porque no expresan ni favorecen la unidad de la Iglesia y porque son contrarias a la Tradición.
Las posturas principales de quienes participan en la liturgia de la Iglesia son las signaciones con la señal de la cruz, estar de pie, arrodillado o sentado, alzar las manos en la oración (1Tim 2,8), genuflexiones e inclinaciones, incensaciones, besar el altar, darse la paz. En el Novus Ordo este lenguaje no-verbal se ha simplificado considerablemente respecto del Rito tradicional anterior, especialmente en lo que se refiere a la acción del sacerdote. Pero por eso mismo debe ponerse hoy un especial cuidado en realizar los gestos y las actitudes corporales prescritas que se mantienen en la liturgia, especialmente en la Eucaristía. Menospreciarlos o incluso omitirlos es un modo de desacralizar la celebración litúrgica comunitaria, que adquiere entonces la forma de una reunión normal y corriente, y que acaba por vaciarse de asistentes.
Por el contrario, es misión de sacerdotes y diáconos instruir a los fieles en el significado y el valor de los signos y gestos litúrgicos, exhortándolos a realizarlos con toda reverencia. La Ordenación General de la Liturgia de las Horas quiere que en la oración litúrgica «la mente concuerde con la voz» (19), norma que ya era tradicional en tiempos de San Benito. Pues bien, digamos también lo mismo de la celebración litúrgica: que «la mente concuerde con el gesto».

–Orar de rodillas y hacer la genuflexión son gestos sumamente venerables, por ser los únicos que exclusivamente se dedican a Dios, y por ser muy arraigados en la tradición de Israel y de la Iglesia, como también en la tradición de muchas religiones paganas. La inclinación de la cabeza o también del cuerpo, lo mismo que otros gestos de respeto, pueden hacerse a un hombre, a una bandera, a un difunto ilustre; pero la genuflexión, la adoración de rodillas, que a veces se completa rostro en tierra, es un signo total de adoración al Señor: «a Él solo adorarás» (Deut 6,13; Mt 4,10). El orante, puesto de rodillas, se abaja ante el Señor, disminuye medio metro su estatura, se pega más al suelo humildemente (humus, tierra), ora a Dios desde lo más profundo (de profundis).
La adoración añade al arrodillamiento la inclinación profunda, a veces rostro en tierra. Expresa al máximo la obediencia humilde del hombre al Señor del cielo y de la tierra, el amor, el culto reverencial. De la boca (os-oris, orare, oratio, ad-orare, adoratio) deriva su etimología. «Tu gracia vale más que la vida, te alabarán mis labios… mis labios te alabarán jubilosos» (Sal 63,4.6). La adoración incluye en ocasiones la postración horizontal del cuerpo entero (proskineo: Lc 4,7; Hch 10,25). 

El rey Salomón reza «arrodillado ante el altar de Yavé, con las manos elevadas al cielo» (1Re 8,54). Tanto los profetas como los salmistas anuncian que «todos los pueblos vendrán a postrarse en tu presencia» (Sal 85,9). Y así lo asegura la palabra de Dios: «ante mí se doblará toda rodilla» (Is 45,24). En la plenitud de los tiempos, en la total epifanía de Dios, en Belén, los Magos llegan a Jesús, y «postrados, lo adoraron» (Mt 2,11). En la vida pública de Jesús hay momentos en los que destella su divinidad especialmente, como en la pesca milagrosa, que llena de «estupor» a los apóstoles. «Simón Pedro se arrodilló delante de Jesús, diciendo: “apártate de mí, Señor, poque soy un hombre pecador”» (Lc 5, 8). El mismo Jesús, en Getsemaní, «puesto de rodillas, oraba» (Lc 22,41); «se postró sobre su rostro, orando» (Mt 26,39)
Y no se diga que esos gestos extremos de adoración se producen «antes» de la Resurrección de Jesús y de la efusión del Espíritu Santo, que concede al hombre la filiación divina. Después de la Pascua, insiste San Pablo en este deber de toda la humanidad, empezando por los cristianos: ante el Señor resucitado «ha de doblarse toda rodilla en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua ha de confesar que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre» (Flp 2,5-11). Después de la Pascua fue también la visión del Resucitado que tuvo el apóstol San Juan en Patmos. Aunque él era uno de los más íntimos amigos de Jesús, aunque había comido y bebido con Él después de su resurrección, sin embargo, como él mismo refiere, cuando se le apareció en Patmos el Cristo glorioso, cae en tierra, postrado en su presencia: «así que le vi, caí a sus pies como muerto;  pero Él puso su diestra sobre mí, diciendo: “No temas”» (Apoc 1,17).

La tradición orante y litúrgica de la Iglesia realiza en sí misma las profecías: «ante mí se doblará toda rodilla». La difusión del Evangelio por el mundo trae consigo que en todas las razas y naciones surjan comunidades cristianas, que se honran en arrodillarse y postrarse ante nuestro Señor y Salvador Jesucristo.
Las Constituciones de los Apóstoles, a finales del siglo IV  (ha. 380), cuando ya la Iglesia ha organizado más su catequesis y liturgia, nos dan testimonio del aprecio que por este gesto orante tiene la Iglesia. Por ejemplo, en la Oración universal de los fieles rezada en la Eucaristía, el diácono manda retirarse a catecúmenos y bautizados sujetos a penitencia: «Salid penitentes». Y añade: «Todos los fieles, pongámonos de rodillas. Oremos a Dios por medio de Cristo». Pide seguidamente por la paz, la Iglesia de Dios, «por esta santa parroquia», por el Obispo y el clero, las vírgenes consagradas, los pobres y enfermos, los catecúmenos y neófitos, los encarcelados y exilados, los enemigos, la conversión de los que están fuera de la Iglesia, etc. Y terminada la oración, dice: «Pongámonos de pie» (VIII,9,11; 10,1-22).
La Iglesia antigua, medieval y moderna, como sabemos por innumerables testimonios, aprecia, practica y recomienda vivamente la oración de rodillas o en postración, lo mismo que las genuflexiones. Recuerdo algunos ejemplos.
San Justino (+163) dice: «¿quién de vosotros ignora que la oración que mejor aplaca a Dios es la que se hace con gemido y lágrimas, con el cuerpo postrado en tierra o las rodillas dobladas?» (Diálogo con Trifón 90,5). San Gregorio Magno (+604) predica al pueblo cristiano reunido en una statio: «vemos, muy queridos hermanos, qué inmensa muchedumbre os habéis congregado aquí; y cómo os arrodilláis en tierra, y golpeáis vuestro pecho, y clamáis en voces de súplica y de alabanza, y bañáis vuestras mejillas con lágrimas» (Hom. sobre Evangelios I,27,7). El Beato Raimundo de Capua, O.P, director y biógrafo de Santa Catalina de Siena, nos dice que «arrodillada en un banco, según solía, estaba en éxtasis» (Leyenda mayor 321). Conocemos muy al detalle la vida de San Luis, rey de Francia (+1270), amigo de franciscanos y dominicos, pues hay tres biografías de compañeros suyos. Ellos nos refieren que rezaba con los clérigos y frailes de su Capilla real las Horas litúrgicas, y que a estas plegarias litúrgicas añadía largas oraciones privadas, sobre todo por la noche. En la iglesia, arrodillado directamente sobre las losas del suelo, y con la cabeza profundamente inclinada, después de Maitines, «el santo Rey (beatus Rex) rezaba a solas ante el altar». También solía rezar diariamente un rosario incipiente, en el que hacía cincuenta genuflexiones, diciendo cada vez un Ave María (Acta Sanctorum, Venecia 1754, V,586). En ese mismo tiempo, también Santo Tomás de Aquino (+1270) solía levantarse por la noche para orar postrado ante el Santísimo Sacramento. San Pedro de Alcántara (+1562), según cuenta Sta. Teresa, «hincado de rodillas murió» (Vida 27,18). Pocos años antes, San Juan de Dios (+1550), «después de muerto, quedó su cuerpo fijo de rodillas sin caerse» al pie de su cama: así lo hallaron (Vida, cp. XX, Francisco de Castro, 1585; cf. múltiples testimonios en su Proceso). San Ignacio de Loyola (+1556) enseña a orar en los Ejercicios «cuándo de rodillas, cuándo postrado en tierra, cuándo supino rostro arriba, cuándo sentado, cuándo en pie» (75-76); «de rodillas o sentado, según la mayor disposición en que se halla y más devoción le acompaña» (252). Santa Margarita María de Alacoque (+1690) recibió de rodillas ante el Santísimo sus principales revelaciones, y escribe ella que el Señor «me mandó velar todas las noches del jueves al viernes durante una hora, postrada en tierra ante Él» (Carta XXXIII, 3 nov-1689)… Podría seguir citando a santos y a grandes maestros espirituales: Cura de Ars, santo Padre Pío, Teresa de Calcuta y sus hijas, Misioneras de la caridad; pero no es necesario. Y no quiero cansar al lector. Ni tampoco quiero cansarme yo.
La tradición orante, mantenida desde el fondo de la historia de Israel, a través de veinte siglos de tradición de la Iglesia, ha mantenido siempre un sumo aprecio por la oración privada o litúrgica realizada de rodillas o en postración. En los sepulcros cristianos más preciosos –medievales, renacentistas, barrocos– era muy frecuente que el difunto, si no era representado en forma yacente, apareciera pintado o esculpido orando de rodillas con las manos juntas, mirando hacia el altar central de la iglesia. El muerto quería permanecer orante de rodillas ante el Señor, a la espera de la resurrección final.


–Todo esto nos hace ver con pena que hoy el arrodillamiento se haya devaluado mucho como posición orante, tanto en la oración privada como en la litúrgica. Hay incluso iglesias en las que se quita de los bancos los reclinatorios, haciendo casi imposible arrodillarse, sobre todo cuando el suelo desciende inclinado hacia el altar. Quienes propugnan esta contra-costumbre devocional y litúrgica deben saber que no prevalecerá su manía ideológica, pues es contraria a la tradición. Y ya se va viendo en grupos de jóvenes y en comunidades religiosas de fundación reciente una vuelta a la oración de rodillas e incluso en postración rostro en tierra.
El influjo del ánimo en las actitudes del cuerpo, y de las posiciones del cuerpo en el ánimo, es algo de experiencia secular en todas las culturas, muy especialmente en el Oriente –yoga, zen, etc.–, y que cualquier experto en psico-somática conoce y reconoce hoy como algo evidente. Negar esa relación en la celebración de la Liturgia cristiana, eliminando en todo lo posible los gestos y posturas corporales, es un analfabetismo antropológico que, aunque se disfrace de progresismo, es intelectualmente deshonesto.
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Las normas fundamentales sobre los gestos y posturas corporales en la Misa las hallamos en la Ordención general del Misal Romano (OGMR), así como en el Ordinario de la Misa (OMR).

Los fieles
«43. Los fieles están de pie desde el principio del canto de entrada, o bien, desde que el sacerdote se dirige al altar, hasta la colecta inclusive; al canto del Aleluya antes del Evangelio; durante la proclamación del Evangelio; mientras se hacen la profesión de fe [el Credo] y la oración universal [de los fieles]; además desde la invitación Orad, hermanos, antes de la oración sobre las ofrendas, hasta el final de la Misa, excepto lo que se dice más abajo.
[Destaco que el pueblo debe ponerse en pie al Orad, hermanos, porque en pie debe estar durante las tres oraciones propias de la Misa del día: colecta, ofrendas y comunión. No tiene sentido que esté en pie en la oración de colecta y de comunión, y sentado en la de las ofrendas.
Y también recuerdo que «Todos se inclinan» en el Credo, sacerdote y pueblo, cuando se dice «bajó del cielo… y se hizo hombre» (OMR 15). En esas mismas palabras, todos se arrodillan en las solemnidades de la Navidad y de la Anunciación, 25 marzo.
«43 (sigue). En cambio, estarán sentados mientras se proclaman las lecturas antes del Evangelio y el salmo responsorial; durante la homilía y mientras se hace la preparación de los dones para el ofertorio; también, según las circunstancias, mientras se guarda el sagrado silencio después de la Comunión.
Por otra parte, estarán de rodillas, a no ser por causa de salud, por la estrechez del lugar, por el gran número de asistentes o que otras causas razonables lo impidan, durante la consagración. Pero los que no se arrodillen para la consagración, que hagan inclinación profunda mientras el sacerdote hace la genuflexión después de la consagración.
«160. Los fieles comulgan estando de rodillas o de pie, según lo haya determinado la Conferencia de los Obispos [o a su elección, si la Conferencia ha legitimado ambas formas]. Cuando comulgan estando de pie, se recomienda que antes de recibir el Sacramento, hagan la debida reverencia».
[Añado una nota de la Oficina para las celebraciones litúrgicas del Sumo Pontífice. Los signos externos de devoción por parte de los fieles (1-XII-2011). «Finalmente queremos destacar el arrodillarse en la consagración y, donde se conserva este uso desde el Sanctus hasta el final de la Plegaria Eucarística, o al recibir la sagrada Comunión. Son signos fuertes que manifiestan la conciencia de estar ante Alguien particular. Es Cristo, el Hijo de Dios vivo, y ante él caemos de rodillas. En el arrodillarse el significado espiritual y corporal forman una unidad, pues el gesto corporal implica un signficado espiritual y, viceversa, el acto espiritual exige una manifestación, una traducción externa. Arrodillarse ante Dios no es algo “no moderno”, sino que corresponde a la verdad de nuestro mismo ser. “Quien aprende a creer, aprende también a arrodillarse, y una fe, o una liturgia que desconociese el arrodillarse, estaría enferma en uno de sus puntos capitales. Donde este gesto se ha perdido, se debe aprender de nuevo, para que nuestra oración permanezca en la comunión de los Apóstoles y los mártires, en la comunión de todo el cosmos, en la unidad con Jesucristo mismo” (J. Ratzinger, Opera omnia. Teologia della liturgia, p. 183)».
[Añado también una disposición la Congregación del Culto Divino en el Ritual del culto a la Eucaristía fuera de la Misa: «Ante el Santísimo Sacramento, ya reservado en el sagrario, ya expuesto para la adoración pública, sólo se hace genuflexión sencilla» (84), es decir, con una sola rodilla (Ritual publicado por la CEE en 1974)].
«43 (OGMR, sigue). Sin embargo, pertenece a la Conferencia Episcopal adaptar los gestos y las posturas descritos en el Ordinario de la Misa a la índole y a las tradiciones razonables de los pueblos, según la norma del derecho (Vat. II, SC 40). Pero préstese atención a que respondan al sentido y la índole de cada una de las partes de la celebración. Donde existe la costumbre de que el pueblo permanezca de rodillas desde cuando termina la aclamación del «Santo» hasta el final de la Plegaria Eucarística y antes de la Comunión cuando el sacerdote dice «Éste es el Cordero de Dios», es laudable que se conserve.
Para conseguir esta uniformidad en los gestos y en las posturas en una misma celebración, obedezcan los fieles a las moniciones que hagan el diácono o el ministro laico, o el sacerdote, de acuerdo con lo que se establece en el Misal.
«44. Entre los gestos se cuentan también las acciones y las procesiones, con las que el sacerdote con el diácono y los ministros se acercan al altar; cuando el diácono, antes de la proclamación del Evangelio, lleva al ambón el Evangeliario o libro de los Evangelios; cuando los fieles llevan los dones y cuando se acercan a la Comunión. Conviene que tales acciones y procesiones se cumplan decorosamente, mientras se cantan los correspondientes cantos, según las normas establecidas para cada caso».

–Los ministros sagrados
«274. La genuflexión, que se hace doblando la rodilla derecha hasta la tierra, significa adoración; y por eso se reserva para el Santísimo Sacramento, así como para la santa Cruz desde la solemne adoración en la acción litúrgica del Viernes Santo en la Pasión del Señor hasta el inicio de la Vigilia Pascual.
En la Misa el sacerdote que celebra hace tres genuflexiones, esto es: después de la elevación de la Hostia, después de la elevación del cáliz y antes de la Comunión.
Si el tabernáculo con el Santísimo Sacramento está en el presbiterio, el sacerdote, el diácono y los otros ministros hacen genuflexión cuando llegan al altar y cuando se retiran de él, pero no durante la celebración misma de la Misa.
Por el contrario, todos los que pasan delante del Santísimo Sacramento hacen genuflexión, a no ser que avancen procesionalmente. Los ministros que llevan la cruz procesional o los cirios, en vez de la genuflexión, hacen inclinación de cabeza».
«275. Con la inclinación se significa la reverencia y el honor que se tributa a las personas mismas o a sus signos. Hay dos clases de inclinaciones, es a saber, de cabeza y de cuerpo:
a) La inclinación de cabeza se hace cuando se nombran al mismo tiempo las tres Divinas Personas [en el Gloria al Padre, etc.], y al nombre de Jesús, de la bienaventurada Virgen María y del Santo en cuyo honor se celebra la Misa.
b) La inclinación de cuerpo, o inclinación profunda, se hace: al altar [al llegar al altar, inclinación profunda y beso], en las oraciones Purifica mi corazón [antes de leer el Evangelio] y Acepta, Señor, nuestro corazón contrito [hecha ya la ofrenda del pan y del pan y del cáliz, antes del lavabo]; en el Símbolo [Credo], a las palabras “y por obra del Espíritu Santo” o “que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo”; en el Canon Romano, a las palabras Te pedimos humildemente [Supplices te rogamus, omnipotens Deus]. El diácono hace la misma inclinación cuando pide la bendición antes de la proclamación el Evangelio. El sacerdote, además, se inclina un poco cuando, en la consagración, pronuncia las palabras del Señor».



Ya que el «Novus Ordo» de la liturgia católica es parco en signos y gestos no verbales, pongamos especialísima atención en cumplir bien los que las normas litúrgicas prescriben. De otro modo se deforma profundamente la liturgia, porque en lugar de ser ella palabras y signos, se reduce a puras palabras, pierde sacralidad misteriosa, oscurece su elocuencia para manifestar lo invisible; y vulgarizando sus formas de celebración, ahuyenta a los fieles.
 Los cristianos, hoy más que nunca –si pensamos en la desacralización del mundo y aún de buena parte del pueblo cristiano–, debemos tener un gran aprecio por los gestos y signos físicos visibles en la oración privada y sobretodo en la liturgia. También, como digo, en la piedad privada. Iniciemos nuestra oración personal arrodillándonos ante el Señor, postrándonos en su Presencia santa y gloriosa, y recemos después algunos ratos de rodillas. Entrar en la iglesia, sentarse y permanecer sentado hasta partir, es de mala educación. «Ésos no son modales para tratar con Dios».

José María Iraburu, sacerdote

Nota.-Sobre la Comunión de Rodillas

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