San Agustín
“¡Cuántos buscan a Jesús sólo para que les haga favores materiales! Tiene uno un asunto difícil y
busca la intervención de los clérigos; otro es perseguido por alguien más poderoso y va a refugiarse
en la iglesia; otros quieren que se les recomiende ante una persona para la que valen poco;
unos de una manera, otros de otra, todos los días está llena la iglesia de esa gente. Apenas se
busca a Jesús por Jesús”.
PAN DE VIDA
¿Por qué seguir interesándonos por
Jesús después de veinte siglos? ¿Qué podemos esperar de él? ¿Qué nos
puede aportar a los hombres y mujeres de nuestro tiempo? ¿Nos va a
resolver acaso los problemas del mundo actual? El evangelio de Juan
habla un diálogo de gran interés, que Jesús mantiene con una muchedumbre
a orillas del lago Galilea.
El día anterior han compartido con
Jesús una comida sorprendente y gratuita. Han comido pan hasta saciarse.
¿Cómo lo van a dejar marchar? Lo que buscan es que Jesús repita su
gesto y los vuelva a alimentar gratis. No piensan en nada más.
Jesús los desconcierta con un planteamiento inesperado: “Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el que perdura hasta la vida eterna“.
Pero ¿cómo no preocuparnos por el pan de cada día? El pan es
indispensable para vivir. Lo necesitamos y debemos trabajar para que
nunca le falte a nadie.
Jesús lo sabe. El pan es lo primero.
Sin comer no podemos subsistir. Por eso se preocupa tanto de los
hambrientos y mendigos que no reciben de los ricos ni las migajas que
caen de su mesa. Por eso maldice a los terratenientes insensatos que
almacenan el grano sin pensar en los pobres. Por eso enseña a sus
seguidores a pedir cada día al Padre pan para todos sus hijos.
Pero Jesús quiere despertar en ellos un
hambre diferente. Les habla de un pan que no sacia solo el hambre de un
día, sino el hambre y la sed de vida que hay en el ser humano. No lo
hemos de olvidar. En nosotros hay un hambre de justicia para todos, un
hambre de libertad, de paz, de verdad. Jesús se presenta como ese Pan
que nos viene del Padre, no para hartarnos de comida sino “para dar vida al mundo”.
Este Pan, venido de Dios, “perdura hasta la vida eterna”. Los
alimentos que comemos cada día nos mantienen vivos durante años, pero
llega un momento en que no pueden defendernos de la muerte. Es inútil
que sigamos comiendo. No nos pueden dar vida más allá de la muerte.
Jesús se presenta como ese Pan de vida
eterna. Cada uno ha de decidir cómo quiere vivir y cómo quiere morir.
Pero, creer en Cristo es alimentar en nosotros una fuerza
indestructible, empezar a vivir algo que no terminará con nuestra
muerte. Seguir a Jesús es entrar en el misterio de la muerte sostenidos
por su fuerza resucitadora.
Al escuchar sus palabras, aquellas gentes de Cafarnaún le gritan desde lo hondo de su corazón: “Señor, danos siempre de ese pan”. Desde
nuestra fe vacilante, nosotros no nos atrevemos a pedir algo semejante.
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