Ante la situación que estamos viviendo, pues, los católicos luchamos con «nuestra arma», nos manifestamos como lo que somos, discípulos de Jesús.
Cardenal Antonio Cañizares:
Todo indica que nos hallamos en una situación muy difícil,
la miremos por donde la miremos. Es verdad que la realidad de la economía
acapara la preocupación de la gran mayoría; no es para menos; en su conjunto,
por los indicadores que nos son conocidos, la situación puede calificarse de
crítica, a pesar de los grandes y loables esfuerzos que se están desplegando
durante meses por reconducirla y enderezarla por quienes tienen la
responsabilidad principal –no única– de hacerlo, y que merece el reconocimiento
y la plena colaboración del resto de los ciudadanos. Esta crítica situación
afecta a todos, y a todos nos incumbe ineludiblemente nuestra propia
responsabilidad; todos tenemos el deber de contribuir solidariamente al bien
común; nadie se puede sentir liberado del esfuerzo común y solidario que se nos
reclama. Son muchas las cosas y muy principales, de hondo calado, las que se
encuentran dentro y detrás de esta situación.
Son muchísimas las zozobras,
incertidumbres, las consecuencias, los dramas y los sufrimientos humanos y
vitales que tan hondamente están azotando y acarreando. Tal vez se nos escapan
muchas cuestiones en juego, abundantes datos que nos podrían hacer comprender
mejor lo que sucede, mejor y más asequible información para poder colaborar
así, como es debido. No falta, también, la inconsciencia insensata de tantos
que se inhiben y adoptan la actitud del avestruz de esconder la cabeza bajo el
ala para no ver, como si no fuese con ellos, se refugian en el fondo de la
decepción y la desesperanza, que supone vivir al día. Sin alarmismos de ningún
tipo, con todo el realismo posible, es necesario mirar el momento con mirada
limpia, lúcida, responsable y de esperanza, hoteando un futuro cierto, aunque
la circunstancia y la inmediatez nos hagan sentir y experimentar el miedo de lo
imprevisible, la dureza del hoy que estamos viviendo, sin mayores perspectivas
que nos alienten.
¿Y los católicos, qué? Los católicos, como el resto de los
ciudadanos, colaborando codo con codo por ayudar a superar la crisis, aportando
los mismos y aún mayores esfuerzos que se nos exigen a cada uno, actuando con
absoluta corresponsabilidad y desplegando las actitudes evangélicas de la
caridad, de la justicia social, de la solidaridad, ofreciendo y dando
testimonio de la esperanza que nos anima y que nos hace capaces de salir del hoyo
oscuro y profundo de la situación, y vislumbrar la luz del futuro que nos
aporta la fe y el Evangelio. Lo he dicho muchas veces y ahora lo repito de
nuevo: los católicos no podemos ser ni meros espectadores, ni engrosar esa
larga fila de «la cofradía de los ausentes», que pasan de largo ante los dramas
de nuestro tiempo. No podemos, porque dejaríamos de lado la fe que confía en
Dios y reconoce su amor y su obra, siente y escucha la voz del hermano. ¿Qué
hacer, pues? Además de cuanto ya se está haciendo en las familias, en las
parroquias, en instituciones al servicio de los pobres y de los que sufren,
como Cáritas, en los diversos compromisos apostólicos personales o asociados en
favor de los que necesitan ayuda, o en cuanto exige la fe que se manifiesta en
la caridad social y política o en el compromiso en la vida pública; además de
todo esto, y de una imaginación creativa de la solidaridad y la caridad ante
las graves necesidades del presente, en estos momentos, además de todo ello y
muy principalmente, los católicos deberíamos aportar la esperanza, y, así,
deberíamos «orar», orar mucho. Ahí, en la oración, es donde está, surge y
alimenta la esperanza, que nunca, además, permite cruzarse de brazos. La
oración es la medida de la fe, el alimento de la caridad y de la esperanza, que
nunca jamás se resigna pasivamente a lo que hay, pues dejaría de ser esperanza.
«Un hombre desesperado no reza, porque no espera; un hombre seguro de su poder
y de sí mismo no reza, porque confía únicamente en sí mismo. Quien reza espera
en una bondad y en un poder que van más allá de sus propias posibilidades».
Estas palabras del entonces cardenal J. Ratzinger, en su obra Mirar a Cristo
(pp. 71-72), son, de algún modo, completadas cuando, en su encíclica sobre la
esperanza, Spes salvi, afirma: «Un lugar primero y esencial de aprendizaje de
la esperanza es la oración. Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me
escucha». Ante la situación que estamos viviendo, pues, los católicos luchamos
con «nuestra arma», nos manifestamos como lo que somos, discípulos de Jesús,
que oraba incluso en los momentos trágicos de la pasión y de la cruz, que nos
enseñó a orar y exhortó a la oración; como hombres y testigos de fe que
reconocen que Dios es dador de todo bien y que todo auxilio viene de Él. Rezar,
por lo demás, no significa salirse de la historia y retirarse en el rincón
privado de la propia felicidad, de la tranquilidad o seguridad propia, o de los
miedos alienantes que tanto paralizan. Por eso, desde aquí, invito, pido, a
cuantos quieran escucharme que emprendamos un movimiento vigoroso y extenso de
los católicos para orar por España, conscientes y seguros de que es lo primero
y principal que podemos y debemos hacer como compromiso y como servicio debido
a nuestra Patria que pasa por situaciones tan difíciles, con tantísimas y tan
graves implicaciones y con las previsibles consecuencias para su futuro.
Familias, comunidades de vida contemplativa, orantes, comunidades y
fraternidades religiosas de vida activa, parroquias, asociaciones y movimientos
apostólicos, nuevas realidades eclesiales, niños, jóvenes, adultos, ancianos,
sanos y enfermos, laicos y sacerdotes, todos, deberíamos orar intensa y
extensamente, con verdadera fe, en estos momentos por España. Dios lo quiere.
España en todos sus pueblos y regiones lo necesita.
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