Hijo de un obrero, por dieciséis años docente en la Universidad Ludwig-Maximilian de Munich de Baviera, Mons. Müller es el teólogo elegido por Ratzinger como encargado de la propia Opera Omnia y, al mismo tiempo, el amigo y «discípulo» de Gustavo Gutiérrez, padre de la Teología de la Liberación.
Así lo pintan como conservador o progresista, según el caso, «¡pero
la esquizofrenia no es mía!». Ciertamente tiene en claro su tarea: «El
primer fin de la Congregación es promover la fe para la salvación del
hombre, pero el segundo es defenderla». Y no escapa a ninguna pregunta:
desde los sacramentos a los divorciados en nueva unión hasta las nuevas
«herejías», incluyendo el «riesgo de particularismo» en la Iglesia:
«Algunos interpretan la Evangelii Gaudium como si el Santo Padre
quisiera favorecer una cierta autonomía de las iglesias locales, la
tendencia a distanciarse de Roma. Pero esto no es posible. El
particularismo, como el centralismo, es una herejía. Sería el primer
paso hacia la autocefalía».
- ¿En qué sentido, Excelencia?
La Iglesia Católica está compuesta por iglesias locales pero es una.
No existen iglesias «nacionales», somos todos hijos de Dios. El Concilio
Vaticano II explica en concreto la relación entre el Papa y los
obispos, entre el primado de Pedro y la colegialidad. El Romano
Pontífice y los obispos en forma individual son de derecho divino,
instituidos por Jesucristo. También la colegialidad y la colaboración
entre los obispos, cum Petro et sub Petro, tienen aquí su
fundamento. Pero los patriarcados y las conferencias episcopales,
históricamente y hoy, pertenecen sólo al derecho eclesiástico, humano.
Los presidentes de las conferencias episcopales, aunque importantes, son
coordinadores, nada más, ¡no son vice-papas! Cada obispo tiene una
relación directa e inmediata con el Papa. No podemos tener una
descentralización en las conferencias, existiría el peligro de un nuevo
centralismo: con la presidencia que tiene todas las informaciones y los
obispos inundados por documentos sin el tiempo de prepararse.
- ¿Y qué quería decir Francisco cuando hablaba de «conversión
del papado» y escribía que las conferencias deberían tener «alguna
auténtica autoridad doctrinal»?
El Papa partía de la reflexión sobre el ejercicio del primado que
Wojtyla hizo en el `95 con la Ut unum sint.
El sentido es claro en la dimensión ecuménica y también respecto a la
colegialidad. En cuanto a las conferencias, con ciertas condiciones,
tienen una autoridad también magisterial: cuando, por ejemplo, preparan
un catecismo local, se ocupan del misal, gobiernan universidades y
facultades teológicas. Trabajan en la dimensión concreta, el Papa no
puede saber todo lo que ocurre en cada país. Se trata de encontrar un
equilibrio práctico. No podemos aceptar antiguos errores, como el
conciliarismo, el galicanismo o lo opuesto a un cierto curialismo
- El 2013 ha visto la renuncia de un Papa. ¿Ha cambiado algo en el papado?
Ciertamente la renuncia de Benedicto XVI ha sido sorprendente, un
caso absolutamente nuevo: ha dicho que le faltaban las fuerzas para
llevar a cabo esta gran tarea, tanto más pesada en el tiempo de la
globalización de las informaciones. Ha decidido para que se pudiera
elegir al nuevo Papa, y ahora Francisco es «el» Papa. Ratzinger es como
un Padre de la Iglesia y su pensamiento permanecerá; Francisco se
refiere a menudo también para subrayar la continuidad teológica. Pero
solo una persona puede ser el Papa, no un colectivo. No hay dos. Es el
fundamento y principio permanente de la unidad de la Iglesia. Elegido
por los cardenales pero instituido por el Espíritu Santo.
- ¿Y su rol ha cambiado? Francisco dice que la Iglesia «no es una aduana»…
Es cierto, ¡tampoco la Congregación lo es! El Papa tiene el carisma
de expresarse no sólo con conceptos teológicos sino también a través de
imágenes cercanas al corazón de la gente, que expresan la cercanía de
Jesús a todos nosotros. Nosotros, los teólogos, corremos siempre el
riesgo de cerrarnos en el mundo de la reflexión académica. Pero
Francisco no va por otro lado: combina la ternura del pastor y la
ortodoxia, que no es una teoría cualquiera, sino la recta doctrina
expresada en la plenitud de la Revelación. El primer guardián de la fe
es Pedro y su sucesor como Obispo de Roma. Y nosotros, en la
Congregación, estamos en esto a su directo servicio.
- Sobre los divorciados y los vueltos a casar excluidos de
los sacramentos, Hans Küng ha escrito: «El Papa quiere avanzar, el
Prefecto de la Fe frena».
Mire, en Maguncia tenemos una gran tradición del Carnaval… Yo estoy y
estaré siempre con el Papa. La verdad es que no podemos aclarar estas
situaciones con una declaración general. Sobre los divorciados y vueltos
a casar civilmente, muchos piensan que el Papa o un Sínodo pueden
decir: recibirán sin más la Comunión. Pero no es posible así. También la
praxis ortodoxa de la «segunda unión» no es uniforme y los mismos
ortodoxos la toleran sin favorecerla. Un matrimonio sacramental válido
es indisoluble: esta es la praxis católica reafirmada por Papas y
Concilios, en fidelidad a la Palabra de Jesús. Y la Iglesia no tiene la
autoridad de relativizar la Palabra y los Mandamientos de Dios.
- Francisco ha dicho que los sacramentos no son para los «perfectos» y pueden ser una «ayuda»…
Ciertamente que el sacramento es una gracia, ¡no somos pelagianos! El
Papa ha hecho referencia justamente a este aspecto medicinal. Pero hay
condiciones objetivas. Una situación irregular en el matrimonio es un
obstáculo objetivo para recibir la Eucaristía. No debe ser visto como un
castigo: no lo es. Y no impide participar en la Misa.
- ¿Y entonces no hay nada por hacer?
Las cosas no son así. Debemos buscar una combinación entre los
principios generales y la situación particular, personal. Encontrar
soluciones a los problemas individuales, pero siempre sobre el
fundamento de la doctrina católica. No se puede adecuar la doctrina a
las circunstancias: la Iglesia no es un partido político que hace
encuestas para buscar consenso. Es necesario un diálogo concreto,
pastoral. Hay situaciones diferentes que deben valorarse de manera
diferente.
- ¿La solución es la anulación del matrimonio?
Si se dan las condiciones para declararlo nulo, sí. Para esto tenemos los tribunales eclesiásticos…
- ¿Pero es posible si tienen hijos?
Sí, no son los hijos los que hacen la validez sino el consenso entre
cónyuges conscientes del sacramento. En muchos países hay sólo restos de
la tradición cristiana, se ha perdido el sentido, hay una confusión
total.
- ¿Cuáles son hoy las nuevas herejías?
Los problemas se concentran en la antropología. Falta una conciencia
de la dimensión trascedente del hombre, de su vocación divina. El
sentido de la dignidad humana. Pienso en las nuevas esclavitudes, en los
pobres, en el aprovechamiento de las mujeres, en los abusos no sólo
sexuales sobre menores, en los enfermos vistos como un costo a eliminar,
en la vida reducida a la funcionalidad productiva, en las condiciones
de trabajo: una organización económica que tiende a destruir la vida de
la familia con grave daño para la vida misma, los hijos…
- Habiendo fracasado las tratativas, ¿cuál es la posición de los lefebvristas?
A los obispos se les ha revocado la excomunión canónica por las
ordenaciones ilícitas, pero permanece la sacramental, de facto, por el
cisma: se han alejado de la comunión de la Iglesia. No cerramos la
puerta, nunca, y los invitamos a reconciliarse. Pero también ellos deben
cambiar de actitud, aceptar las condiciones de la Iglesia católica y el
Sumo Pontífice como criterio definitivo de pertenencia.
- ¿Qué puede decir del encuentro entre Francisco y Gutiérrez, el 11 de septiembre?
En las corrientes teológicas se dan momentos difíciles, se discute y
se aclara. Pero Gutiérrez siempre ha sido ortodoxo. Nosotros, europeos,
debemos superar la idea de ser el centro, sin tampoco subestimarnos.
Ampliar los horizontes, encontrar un equilibrio: esto lo he aprendido de
él. Para abrirme a una experiencia concreta: ver la pobreza y también
la alegría de la gente. Un Papa latinoamericano ha sido un signo del
Cielo. Gustavo estaba emocionado. También yo. Y también Francisco.
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