Padre Fortea
El jesuita Masiá ha publicado un libro en el que,
fiel a su trayectoria personal, niega aspectos de la fe del modo más disimulado
posible.
Lo cual no deja de ser curioso, pues se supone que
la fe debería ser una proclamación. Y la teología no es otra cosa que una
profundización en esa proclamación. Visto desde el lado de los proclamadores
del Evangelio, no deja de sorprender que un jesuita se dedique a la acrobacia
teológica: digo pero no digo; esto no es así, pero tampoco digo que no es así;
y cosas por el estilo.
En gramática
y en Teología Dogmática, el verbo SER es muy claro. Las cosas son verdad o no
son verdad, sucedieron o no sucedieron. Podemos enredar las cosas todo lo que
queramos, aunque al final el juez pregunta enfadado: sí, pero vamos, a ver, ¿usted
le clavó el cuchillo a su mujer o no se lo clavó?
Aquí no vale decir: la asesiné un poquito, o
la asesiné como verdad metahistórica. Tampoco vale que el acusado diga: como verdad poética yo no la maté.
la asesiné como verdad metahistórica. Tampoco vale que el acusado diga: como verdad poética yo no la maté.
La cuestión no es si Masiá afirma o niega la
Inmaculada Concepción de María. No, no es ésa la cuestión. El problema es la
entera teología desmitologizadora de algunos profesores de teología.
Incluso los pueblos más primitivos entendían la
diferencia entre una historia verdadera y una historia algo embellecida a costa
de la verdad. Los pueblos antiguos eran muy pragmáticos. Eran hombres muy
apegados a las realidades tangibles de la agricultura y la ganadería. Distinguían
entre verdad histórica y falsedad.
La fe que hemos recibido desde el principio, en una
Tradición ininterrumpida, es que los cuatro evangelios son un fidelísimo
reflejo de la verdad; de la verdad histórica, Masiá. Es más, la Tradición
ininterrumpida insistió en que el paso del Mar Rojo por el Pueblo Elegido fue
como nos describe la Biblia: formando un muro de agua a izquierda y otro muro a
derecha, y caminando en medio a pie enjuto.
Por eso, querido Masiá, con todo cariño, con todo
amor, debo recordar a las ovejas que no se apacienten de pastos envenenados
como esos libros. Si hubieras dicho esas cosas delante de la Madre Teresa de
Calcuta, te hubiera acompañado a la puerta del convento y te hubiera dicho:
muchas gracias, padre, no hace falta que vuelva más.
Esto lo hizo una vez con un sacerdote
desmitologizador, moderno, progresista. Después, la Santa de Calcuta se sentó
delante de sus monjas y recordó la Fe de la Iglesia repasando punto por punto
las cosas dichas por el predicador.
Masiá,
recuerda que somos seguidores de Cristo, que (en cierto modo) somos
como los continuadores de aquellos rabinos que predicaron en tiempo de
Esdras, como aquellos que explicaron la Ley en tiempo de los Macabeos.
Nosotros los sacerdotes, somos esos rabinos a los
que ha llegado la Luz de la Nueva Alianza.
Somos descendientes espirituales de
los que cruzaron el Mar Rojo con los egipcios detrás, persiguiéndoles. Después, hemos conocido
el Evangelio, nos lo ha explicado San Pablo, hemos leído a San Pedro, a San
Juan. Todo es una continuidad. Nuestra Sancta Ecclesia se basa en una tradición, en una Santa Tradición.
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