GUADALUPE
NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE
UN ENIGMA DE NUESTRO TIEMPO |
SAN JUAN DIEGO EL VIDENTE
San
Juan Diego nació en 1474 en el "calpulli" de Tlayacac en Cuauhtitlán,
México, establecido en 1168 por la tribu nahua y conquistado por el jefe
Azteca Axayacatl en 1467. Cuando nació recibió el nombre de
Cuauhtlatoatzin, que quiere decir "el que habla como águila" o "águila
que habla".Juan Diego perteneció a la más numerosa y baja clase del
Imperio Azteca, sin llegar a ser esclavo. Se dedicó a trabajar la tierra
y fabricar matas las que luego vendía. Poseía un terreno en el que
construyó una pequeña vivienda. Contrajo matrimonio con una nativa pero
no tuvo hijos.
Entre 1524 y 1525 se convierte al cristianismo y
fue bautizado junto a su esposa, él recibió el nombre de Juan Diego y
ella el de María Lucía. Fueron bautizados por el misionero franciscano
Fray Toribio de Benavente, llamado por los indios "Motolinia" o " el
pobre".
Antes de su conversión Juan Diego ya era un hombre
piadoso y religioso. Era muy reservado y de carácter místico, le gustaba
el silencio y solía caminar desde su poblado hasta Tenochtitlán, a 20
kilómetros de distancia, para recibir instrucción religiosa. Su esposa
María Lucía falleció en 1529. En ese momento Juan Diego se fue a vivir
con su tío Juan Bernardino en Tolpetlac, a sólo 14 kilómetros de la
iglesia de Tlatilolco, Tenochtitlán. Durante una de sus caminatas camino
a Tenochtitlán, que solían durar tres horas a través de montañas y
poblados, ocurre la primera aparición de Nuestra Señora, en el lugar
ahora conocido como "Capilla del Cerrito", donde la Virgen María le
habló en su idioma, el náhuatl.
Juan Diego tenía 57 años en el
momento de las apariciones, ciertamente una edad avanzada en un lugar y
época donde la expectativa de vida masculina apenas sobrepasaba los 40
años. Luego del milagro de Guadalupe Juan Diego fue a vivir a un pequeño
cuarto pegado a la capilla que alojaba la santa imagen, tras dejar
todas sus pertenencias a su tío Juan Bernardino. Pasó el resto de su
vida dedicado a la difusión del relato de las apariciones entre la gente
de su pueblo.
Murió el 30 de mayo de 1548, a la edad de 74 años.
Juan Diego fue beatificado en abril de 1990 por el Papa Juan Pablo II y
proclamado santo el 31 de Julio de 2002 .
PRIMERA APARICIÓN
9 de Diciembre de 1531
“Era sábado muy de madrugada cuando Juan Diego venía en pos del culto divino y de sus mandatos a Tlatilolco.
Al
llegar junto al cerrito llamado Tepeyacac, amanecía; y oyó cantar
arriba del cerro; semejaba canto de varios pájaros; callaban a ratos las
voces de los cantores; y parecía que el monte les respondía. Su canto,
muy suave y deleitoso, sobrepasaba al del coyoltótotl y del tzinizcan y
de otros pájaros lindos que cantan.
Se
paró Juan Diego para ver y dijo para sí: “Por ventura soy digno de lo
que oigo?, Quizás sueño?, Me levanto de dormir?, Dónde estoy?, Acaso en
el paraíso terrenal, que dejaron dicho los viejos, nuestros mayores?,
Acaso ya en el cielo?” Estaba viendo hacia el oriente, arriba del
cerrillo, de donde procedía el precioso canto celestial.
Y
así que cesó repentinamente y se hizo el silencio, oyó que le llamaban
de arriba del cerrito y le decían: “Juanito, Juan Dieguito.”
Luego
se atrevió a ir a donde le llamaban. No se sobresaltó un punto, al
contrario, muy contento, fue subiendo el cerrillo, a ver de dónde le
llamaban.
Cuando llegó a la cumbre vio a una señora, que estaba allí de pie y que le dijo que se acercara.
Llegado
a su presencia , se maravilló mucho de su sobrehumana grandeza: su
vestidura era radiante como el sol; el risco en que posaba su planta,
flechado por los resplandores, semejaba una ajorca de piedras preciosas;
y relumbraba la tierra como el arco iris. Los mezquites, nopales y
otras diferentes hierbecilla que allí se suelen dar parecían de
esmeralda; su follaje, finas turquesas; y sus ramas y espinas brillaban
como el oro.
Se inclinó delante de ella y oyó su palabra, muy suave y cortés, cual de quien atrae y estima mucho.
Ella le dijo: “Juanito, el mas pequeño de mis hijos, dónde vas?”
El
respondió: Señora y Niña mía, tengo que llegar a tu casa de México
Tlatilolco, a seguir las cosas divinas, que nos dan y enseñan nuestros
sacerdotes, delegados de Nuestro Señor”.
Ella
luego le habló y le descubrió su santa voluntad. Le dijo: “Sabe y ten
entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen
María, Madre del verdadero Dios por quien se vive: del Creador cabe
quien está todo: Señor del cielo y de la tierra. Deseo vivamente que se
me erija aquí un templo, para en él mostrar y dar todo mi amor,
compasión, auxilio y defensa, pues yo soy vuestra piadosa madre, a tí, a
todos vosotros juntos los moradores de esta tierra y a los demás
amadores míos que me invoquen y en mi confíen; oír allí sus lamentos y
remediar todas sus miserias, penas y dolores.
Y
para realizar lo que mi clemencia pretende, ve al palacio del Obispo de
México y le dirás cómo yo te envío a manifestarle lo que deseo, que
aquí me edifique un templo: le contarás puntualmente cuanto has visto y
admirado, y lo que has oído. Ten por seguro que te lo agradeceré bien y
lo pagaré, porque te haré feliz y merecerás mucho que yo recompense el
trabajo y fatiga con que vas a procurar lo que te encomiendo. Mira que
ya has oído mi mandato hijo mío el mas pequeño, anda y pon todo tu
esfuerzo.”
Juan Diego contestó: Señora mía, ya voy a cumplir tu mandato; por ahora me despido de ti, yo tu humilde siervo.”
Luego bajó, para ir a hacer su mandato; y salió a la calzada que viene en línea recta a México.”
SEGUNDA APARICIÓN
“Habiendo entrado sin delación en la ciudad, Juan Diego se fué en derechura al palacio del obispo que era el prelado que muy poco antes había venido y se llamaba Fray Juan de Zumárraga, religioso de San Francisco.
Apenas
llegó trató de verle; rogó a sus criados que fueran a anunciarle. Y
pasado un buen rato, vinieron a llamarle, que había mandado el señor
Obispo que entrara.
Luego
que entró, en seguida le dió el recado de la Señora del Cielo; y
también le dijo cuanto admiró, vió y oyó. Después de oír toda su plática
y su recado, pareció no darle crédito. El Obispo le respondió; “Otra
vez vendrás, hijo mío, y te oiré más despacio; lo veré muy desde el
principio y pensaré en la voluntad y deseo con que has venido.” Juan
Diego salió y se vino triste, porque de ninguna manera se realizó su
mensaje.
En
el mismo día se volvió; se vino derecho a la cumbre del cerrito, y
acertó con la Señora del Cielo, que le estaba aguardando, allí mismo
donde le vió la primera vez: “Señora, la mas pequeña de mis hijas. Niña
mía, fuí a donde me enviaste a cumplir tu mandato, le vi y le expuse tu
mensaje, así como me advertiste; me recibió benignamente y me oyó con
atención; pero en cuanto me respondió, apareció que no lo tuvo por
cierto.
Me dijo: Otra vez vendrás, te oiré mas despacio, veré muy desde el principio el deseo y voluntad con que has venido.
Comprendí
perfectamente en la manera que me respondió que piensa que es quizás
invención mía que tú quieres que aquí te hagan un templo y que acaso no
es de orden tuya; por lo cual te ruego encarecidamente, Señora y Niña
mía, que a alguno de los principales, conocido y respetado y estimado,
le encargues que lleve tu mensaje, para que le crean; porque yo soy solo
un hombrecillo, soy un cordel, soy una escalerilla de tablas, soy cola,
soy hoja, soy gente menuda, y tú, Niña mía, la mas pequeña de mis
hijas, Señora, me envías a un lugar por donde no ando y donde no paro.
Perdóname que te cause pesadumbre y caiga en tu enojo, Señora y Dueña
mía.”
Le
respondió la Santísima Virgen: “Oye, hijo mío el mas pequeño, ten
entendido que son muchos mis servidores y mensajeros a quienes puedo
encargar que lleven mi mensaje y hagan mi voluntad; pero es de todo
punto preciso que tu mismo solicites y ayudes y que con tu mediación se
cumpla mi voluntad. Mucho te ruego, hijo mío el mas pequeño, y con rigor
te mando, que otra vez vayas mañana a ver al Obispo. Dale parte en mi
nombre y hazle saber por entero mi voluntad: que tiene que poner por
obra el templo que le pido. Y otra vez dile que yo en persona, la
siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía.”
Respondió
Juan Diego: “Señora y Niña mía, no te cause yo aflicción; de muy buena
gana iré a cumplir tu mandato; de ninguna manera dejaré de hacerlo ni
tengo por penoso el camino. Iré a hacer tu voluntad, pero acaso no seré
oído con agrado; o si fuese oído, quizás no me creerá. Mañana en la
tarde cuando se ponga el sol vendré a dar razón de tu mensaje, con lo
que responda el prelado. ya me despido, Hija mía, la mas pequeña, mi
Niña y Señora. Descansa entretanto.”
Luego se fue él a descansar a su casa.
TERCERA APARICIÓN
“Al día siguiente, domingo muy de madrugada, salió de su casa y se vino derecho a Tlatilolco a instruirse de las cosas divinas y estar presente en la cuenta para ver en seguida al prelado. casi a las diez, se aprestó, después de que se oyó Misa y se hizo la cuenta y se dispersó el gentío. Al punto se fue Juan Diego al palacio del señor Obispo.
Apenas
llegó, hizo todo empeño para verle: otra vez con mucha dificultad le
vio; se arrodilló a sus pies; se entristeció y lloró al exponerle el
mandato de la Señora del Cielo, que ojala que creyera su mensaje y la
voluntad de la Inmaculada de erigirle su templo donde manifestó que lo
quería.
El
señor Obispo, para cerciorarse le preguntó muchas cosas, donde la vio y
cómo era; y el refirió todo perfectamente al señor Obispo. Más aunque
explicó con precisión la figura de ella y cuanto había visto y admirado,
que en todo se descubría ser ella la siempre Virgen Santísima Madre del
Salvador Nuestro Señor Jesucristo; sin embargo, el (Obispo) no le dio
crédito y dijo que no solamente por su plática y solicitud se había de
hacer lo que pedía; que, además, era muy necesaria alguna señal para que
se le pudiera creer que le enviaba la misma Señora del cielo.
Así
que lo oyó dijo Juan Diego al Obispo: “Señor, mira cual ha de ser la
señal que pides; que luego iré a pedírsela a la Señora del Cielo que me
envió acá.” Viendo el Obispo que ratificaba todo sin dudar ni retractar
nada, le despidió.
Mandó
inmediatamente unas gentes de su casa, en quienes podía confiar, que le
vinieran siguiendo y vigilando mucho a dónde iba y a quién veía y
hablaba.
Así
se hizo. Juan Diego se vino derecho y caminó la calzada; los que venían
tras él, donde pasa la barranca, cerca del puente del Tepeyacac, le
perdieron; y aunque más buscaran por todas partes, en ninguna le vieron.
Así es que se regresaron, no solamente porque se fastidiaron, sino también porque les estorbó su intento y les dio enojo.
Eso
fueron a informar al señor Obispo, inclinándose a que no le creyera: le
dijeron que nomás le engañaba; que nomás forjaba lo que venía a decir, o
que únicamente soñaba lo que decía y pedía; y en suma discurrieron que
si otra vez volvía le habían de coger y castigar con dureza, para que
nunca más mintiera y engañara.
Entre
tanto, Juan Diego estaba con la Santísima Virgen, diciéndole la
respuesta que traía del señor Obispo; la que oída por la Señora le dijo:
“Bien está hijito mío, volverás aquí mañana para que lleves al Obispo
la señal que te ha pedido; con esto te creerá y acerca de esto ya no
dudará ni de tí sospechará; y sábete, hijito mío, que yo te pagaré tu
cuidado y el trabajo y cansancio que por mí has emprendido; ea, vete
ahora, que mañana aquí te aguardo.”
CUARTA APARICIÓN
“Al día siguiente, lunes, cuando tenía que llevar Juan Diego alguna señal para ser creído, ya no volvió. Porque cuando llegó a su casa, a un tío que tenía, llamado Juan Bernardino, le había dado enfermedad, y estaba muy grave. Primero fué a llamar a un médico y le auxilió; pero ya no era tiempo, ya estaba muy grave.
Por
la noche, le rogó su tío que de madrugada saliera y viniera a
Tlatilolco a llamar a un sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle,
porque estaba muy cierto de que era tiempo de morir y que ya no se
levantaría ni sanaría.
El
martes, muy de madrugada, se vino Juan Diego de su casa a Tlatilolco a
llamar al sacerdote; y cuando venía llegando al camino que sale junto a
la ladera del cerrillo del Tepeyacac, hacia el poniente por donde tenía
costumbre de pasar, dijo: “Si me voy derecho, no sea que me vaya a ver
la Señora, y en todo caso me detenga, para que lleve la señal al
prelado, según me previno; que primero nuestra aflicción nos deje y
primero llame yo de prisa al sacerdote; el pobre de mi tío lo está
ciertamente aguardando.”
Luego
dio vuelta al cerro; subió por entre él y pasó al otro lado, hacia el
oriente, para llegar pronto a México y que no le detuviera la Señora del
Cielo.
Pensó
que por donde dio la vuelta no podía verle la que está mirando bien a
todas partes. La vio bajar de la cumbre del cerrillo y que estuvo
mirando hacia donde antes él la veía. Salió a su encuentro a un lado del
cerro y le dijo: “Que hay, hijo mío el mas pequeño? a dónde vas?”
Se
apenó él un poco, o tuvo vergüenza, o se asustó. Se inclinó delante de
ella y la saludó, diciendo: “Niña mía, la mas pequeña de mis hijas.
Señora, ojala estés contenta. Como has amanecido? estás bien de salud,
Señora y Niña mía? Voy a causarte aflicción: sabe, Niña mía, que está
muy malo un pobre siervo tuyo, mi tío: le ha dado la peste, y está para
morir. Ahora voy presuroso a tu casa de México a llamar a uno de los
sacerdotes amados de Nuestro Señor, que vaya a confesarle y disponerle;
porque desde que nacimos vinimos a aguardar el trabajo de nuestra
muerte. Pero sí voy a hacerlo, volveré luego otra vez aquí, para ir a
llevar tu mensaje. Señora y Niña mía, perdóname, tenme por ahora
paciencia; no te engaño. Hija mía la mas pequeña, mañana vendré a toda
prisa.”
Después de oír la plática de Juan Diego, respondió la piadosísima Virgen:
“Oye
y ten entendido hijo mío el mas pequeño, que es nada lo que te asusta y
aflige; no se turbe tu corazón; no temas esa enfermedad, ni otra alguna
enfermedad y angustia. No estoy yo aquí? No soy tu Madre? No estás bajo
mi sombra? No soy yo tu salud? No estás por ventura en mi regazo? Qué
mas has menester? No te apene ni te inquiete otra cosa; no te aflija la
enfermedad de tu tío, que no morirá ahora de ella; está seguro de que
sanó.” (Y entonces sanó su tío, según después se supo).
Cuando
Juan Diego oyó estas palabras de la Señora del Cielo consoló mucho;
quedó contento. Le rogó que cuanto antes se despachara a ver al señor
Obispo, a llevarle alguna señal y prueba, a fin de que creyera.
La
Señora del Cielo le ordenó luego que subiera a la cumbre del cerrito,
donde antes la veía. Le dijo: “Sube, hijo mío el mas pequeño, a la
cumbre del cerrito; allí donde me viste y te dí órdenes, hallarás que
hay diferentes flores; córtalas, júntalas, recógelas; en seguida baja y
tráelas a mi presencia.”
Al
punto subió Juan Diego al cerrillo. Y cuando llegó a la cumbre, se
asombró mucho de que hubieran brotado tantas varias exquisitas rosas de
Castilla, antes del tiempo en que se dan, porque a la sazón se
encrudecía el hielo.
Estaban
muy fragantes y llenas del rocío de la noche, que semejaba perlas
preciosas. Luego empezó a cortarlas; las juntó todas y las echó en su
regazo.
La
cumbre del cerrito no era lugar en que se dieran ningunas flores,
porque tenía muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y mezquites; y si
se solían dar hierbecillas, entonces era el mes de diciembre, en que
todo lo come y echa a perder el hielo.
Bajó
inmediatamente y trajo a la Señora del Cielo las diferentes flores que
fue a cortar; la que, así como las vio, las cogió con su mano y otra vez
se las echó en el regazo, diciéndole: “Hijo mío el mas pequeño, esta
diversidad de flores es la prueba y señal que llevarás al Obispo. Le
dirás en mi nombre que vea en ella mi voluntad y que él tiene que
cumplirla. Tú eres mi embajador, muy digno de confianza. Rigurosamente
te ordeno que sólo delante del Obispo despliegues tu manta y descubras
lo que llevas. Contarás bien todo; dirás que te mandé subir a la cumbre
del cerrito, que fueras a cortar flores, y todo lo que viste y
admiraste, para que puedas inducir al prelado a que dé su ayuda, con
objeto de que se haga y erija el templo que he pedido.”
Después
que la Señora del Cielo le dio su consejo, se puso en camino por la
calzada que viene derecho a México; ya contento y seguro de salir bien,
trayendo con mucho cuidado lo que portaba en su regazo, no fuera que
algo se le soltara de las manos, gozándose en la fragancia de las
variadas hermosas flores.
EL MILAGRO DE LA IMAGEN
Al llegar Juan Diego al palacio del Obispo salieron a su encuentro el mayordomo y otros criados del prelado.
Les
rogó que le dijeran que deseaba verle; pero ninguno de ellos quiso,
haciendo como que no le oían, sea porque era muy temprano, sea porque ya
le conocían, que solo los molestaba, porque les era inoportuno; además
ya les habían informado sus compañeros que le perdieron de vista, cuando
habían ido en su seguimiento.
Largo
rato estuvo esperando. Ya que vieron que hacía mucho que estaba allí,
de pie, cabizbajo, sin hacer nada, por si acaso era llamado; y que al
parecer traía algo que portaba en su regazo, se acercaron a él, para ver
lo que traía y satisfacerse.
Viendo
Juan Diego que no les podía ocultar lo que traía, y que por eso le
habían de molestar, empujar y aporrear, descubrió un poco que eran
flores; y al ver que todas eran diferentes, y que no era entonces el
tiempo en que se daban, se asombraron muchísimo de ello, lo mismo de que
estuvieran muy frescas, y tan abiertas, tan fragantes y tan preciosas.
Quisieron coger y sacarle algunas; pero no tuvieron suerte las tres
veces que se atrevieron a tomarlas; porque cuando iban a cogerlas ya no
se veían verdaderas flores, sino que les parecían pintadas o labradas o
cosidas en la manta.
Fueron
luego a decirle al señor Obispo lo que habían visto y que pretendía
verle el indito que tantas veces había venido; el cual hacía mucho que
por eso aguardaba, queriendo verle.
Cayó,
al oírlo, el señor Obispo en la cuenta de que aquello era la prueba,
para que se certificara y cumpliera lo que solicitaba el indito. En
seguida mandó que entrara a verle.
Luego
que entró, se humilló delante de él, así como antes lo hiciera, y contó
de nuevo todo lo que había visto y admirado, y también su mensaje.
Juan
Diego le dijo: “Señor, hice lo que me ordenaste, que fuera a decir a mi
Ama, la Señora del Cielo, Santa María preciosa Madre de Dios, que
pedías una señal para poder creerme que le has de hacer el templo donde
ella te pide que lo erijas; y además le dije que yo te había dado mi
palabra de traerte alguna señal y prueba, que me encargaste, de su
voluntad. Condescendió a tu recado y acogió benignamente lo que pides,
alguna señal y prueba para que se cumpla su voluntad.
Hoy
muy temprano me mandó que otra vez viniera a verte; le pedí la señal
para que me creyeras, según me había dicho que me la daría; y al punto
lo cumplió; me despachó a la cumbre del cerrillo, donde antes ya la
viera, a que fuese a cortar varias flores. Después que fui a cortarlas
las traje abajo; las cogió con su mano y de nuevo las echó en mi regazo,
para que te las trajera y a ti en persona te las diera.
Aunque
yo sabía bien que la cumbre del cerrillo no es lugar para que se den
flores, porque solo hay muchos riscos, abrojos, espinas, nopales y
mezquites, no por eso dudé. Cuando fui llegando a la cumbre del cerrillo
ví que estaba en el paraíso, donde había juntas todas las varias y
exquisitas rosas de castilla, brillantes de rocío, que luego fui a
cortar.
Ella
me dijo por qué te las había de entregar; y así lo hago, para que en
ellas veas la señal que me pides y cumplas su voluntad; y también para
que aparezca la verdad de mi palabra y de mi mensaje.
Helas aquí: recíbelas.”
Desenvolvió
luego su manta, pues tenía en su regazo las flores; y así que se
esparcieron por el suelo todas las diferentes flores, se dibujó en ella
de repente la preciosa imagen de la siempre Virgen Santa María, Madre de
Dios, de la manera que está y se guarda hoy en su templo del Tepeyacac,
que se nombra Guadalupe.
Luego
que la vio el señor Obispo, él y todos los que allí estaban, se
arrodillaron; mucho la admiraron; se levantaron a verla, se
entristecieron y acongojaron, mostrando que la contemplaron con el
corazón y el pensamiento.
El
señor Obispo con lágrimas de tristeza oró y le pidió perdón de no haber
puesto en obra su voluntad y su mandato. Cuando se puso de pie desató
del cuello de Juan Diego, del que estaba atada, la manta en que se
dibujó y apareció la Señora del Cielo.
Luego la llevó y fue a ponerla en su oratorio. Un día mas permaneció Juan Diego en la casa del Obispo, que aún le detuvo.
Al
día siguiente le dijo: “Ea, a mostrar dónde es voluntad de la Señora
del Cielo que le erijan su templo.” Inmediatamente se invitó a todos
para hacerlo.
APARICIÓN A JUAN BERNARDINO
No bien señaló Juan Diego dónde había mandado la Señora del Cielo que se levantara su templo, pidió licencia de irse. Quería ahora ir a su casa a ver a su tío Juan Bernardino; el cual estaba muy grave cuando le dejó y vino a Tlatilolco a llamar un sacerdote, que fuera a confesarle y disponerle, y le dijo la Señora del Cielo que ya había sanado.
Pero
no le dejaron ir solo, sino que le acompañaron a su casa. Al llegar
vieron a su tío que estaba muy contento y que nada le dolía.
Se
asombró mucho de que llegara acompañado y muy honrado su sobrino; a
quien preguntó la causa de que así lo hicieran y que le honraran mucho.
Le respondió su sobrino que, cuando partió a llamar al sacerdote que le
confesara y dispusiera, se le apareció en el Tepeyacac la Señora del
Cielo; la que, diciéndole que no se afligiera que ya su tío estaba
bueno, con mucho se consoló, le despachó a México, a ver al señor
Obispo, para que le edificara una casa en el Tepeyacac. Manifestó su tío
ser cierto que entonces le sanó y que la vio del mismo modo en que se
aparecía a su sobrino; sabiendo por Ella que le había enviado a México a
ver al Obispo.
También
entonces le dijo la Señora de cuando él fuera a ver al Obispo, le
revelara lo que vio y de que manera milagrosa le había sanado; y que
bien le nombraría, así como bien había de nombrarse su bendita imagen,
la siempre Virgen Santa María de Guadalupe.
Trajeron luego a Juan Bernardino a presencia del señor obispo; a que viniera a informarle y atestiguar delante de él.
A
ambos, a él y a su sobrino, los hospedó el Obispo en su casa algunos
días, hasta que se erigió el templo de la Reina en el Tepeyacac, donde
la vio Juan Diego.
El
señor Obispo trasladó a la Iglesia Mayor la santa imagen de la amada
Señora del Cielo: la sacó del oratorio de su palacio donde estaba, para
que toda la gente viera y admirara su bendita imagen.
La
ciudad entera se conmovió: venía a ver y admirar su devota imagen y a
hacerle oración. Mucho le maravillaba que se hubiese aparecido por
milagro divino; porque ninguna persona de este mundo pintó su preciosa
imagen.
"UN GRAN ENIGMA DE NUESTRO TIEMPO"
UNA IMAGEN CON MUCHOS ENIGMAS
Hasta aquí la descripción que el Nican Mopohua hace sobre las apariciones. Pero el misterio de Guadalupe no termina con las múltiples apariciones de la Virgen. Lo que realmente diferencia al culto mariano de Guadalupe es el ya mencionado manto o tilma donde quedó impresa la imagen de la misteriosa Señora.
Los
diversos análisis realizados sobre tan venerada reliquia han arrojado
unos resultados realmente sorprendentes en distintos aspectos,
habiéndose ganado por ello el calificativo de "achiropita" -imagen no
hecha por mano de hombre".
UNA EXTRAORDINARIA CONSERVACIÓN
Uno de los aspectos que más ha sorprendido a los estudiosos es el excelente estado de conservación de la tilma o ayate con la imagen de la guadalupana. En la actualidad, dicha tilma se encuentra protegida por un grueso cristal que la protege contra agentes externos como el polvo, humos, etc.
Sin
embargo esto no ha sido así siempre. Durante los primeros 116 años, la
imagen estuvo expuesta a los fieles, al humo de velas e incienso y,
sobre todo a la humedad y salitre propias de la zona en la que se
encontraba (en aquella época las aguas del lago de Texcoco llegaban
cerca del cerro de Tepeyac).
Si
a todo esto unimos las continuas frotaciones que cientos de miles de
fieles realizaron con estampas, medallas, etc... y la escasa calidad de
la tilma -de una fibra rudimentaria-, resulta verdaderamente asombroso
que el manto se encuentre en tan buen estado. Los propios científicos y
restauradores de obras de arte han coincidido en este extremo.
NI RESTO DE PINTURA
En
1936, un análisis realizado por el doctor Richard Kuhn (premio Nóbel de
Química en 1938) sobre varios hilos del manto arrojaban un resultado
sorprendente:
"... en las dos fibras -una de color rojo y otra
amarilla- no existían colorantes vegetales, ni colorantes animales, ni
colorantes minerales."
Los
análisis del Dr. Kuhn no dejaban lugar a la duda: la imagen de la tilma
no había sido realizada mediante procedimientos pictóricos
convencionales.
Sin
embargo, otro análisis -esta vez realizado en 1980- vendría a completar
el realizado por Kuhn. El nuevo análisis fue llevado a cabo por Jody
Brant Smith (miembro del equipo de la NASA que estudió en su día la
Sábana Santa) y Philip Serna Callagan (también miembro de la NASA y gran
experto en pintura) y consistió en una serie de fotografías infrarrojas
tomadas a escasos centímetros de la tilma.
Los
resultados -al igual que sucediera con el análisis de Kuhn- fueron tan
increíbles como desconcertantes. Al parecer numerosas partes de la
imagen actual, como los rayos solares, las estrellas o la fimbria del
manto son el resultado de diferentes retoques que la imagen habría
sufrido a lo largo de su historia.
Sin
embargo, la imagen original no contenía materia pictórica y tampoco se
apreciaban pinceladas ni trazos que explicaran la formación de la
misteriosa imagen. La conclusión de los científicos estadounidenses no
dejaba lugar a la duda: la figura original es del todo punto
INEXPLICABLE. El enigma estaba servido.
UNOS OJOS QUE ENCIERRAN UN ENIGMA
A pesar de los sorprendentes descubrimientos obtenidos con los diversos análisis sobre la tilma, el misterio más desconcertante y espectacular de los que guarda La Virgen de Guadalupe se encuentra en los ojos de la Señora. En 1929, Alfonso Marcué -fotógrafo oficial de la vieja basílica de Guadalupe- descubría en una fotografía en blanco y negro algo que lo dejó perplejo: en los ojos de la Virgen aparecía el rostro de un hombre con barba.
Cuando
se hubo asegurado por completo de su descubrimiento lo puso en
conocimiento de la jerarquía católica de México. Sin embargo, Marcué fue
obligado a guardar silencio por los religiosos. Así, el fabuloso
descubrimiento permaneció oculto durante 22 años.
Sería
otro hombre, el dibujante Carlos Salinas, quien tras conocer la
existencia de la "anomalía" se volcase en el estudio de los ojos de la
guadalupana. El 29 de mayo de 1951 descubriría en la pupilas de la
imagen lo que él identifico como "la cabeza de Juan Diego".
Unos
meses más tarde, en septiembre de ese mismo año, Salinas pudo
inspeccionar y fotografiar la tilma sin el cristal que la protege,
corroborando lo que ya había visto en fotografías. A partir de entonces
numerosos médicos y oftalmólogos inspeccionaron y analizaron el
milagroso ayate. Todos llegaron a la misma conclusión: "allí aparece un
busto humano".
A
pesar de los diversos análisis sobre los ojos de la guadalupana, la
cosa no avanzaría mucho hasta 1979. Fue en ese año cuando el profesor
José Aste Tonsmann (miembro del Centro Científico de IBM) tuvo la idea
de digitalizar y ampliar las fotografías de los ojos de la Virgen.
Fue
así como descubrió las figuras de varios personajes, entre ellas la de
un "indio sentado" y varias personas arrodilladas en actitud de
reverencia. En opinión de los diversos estudiosos, y siguiendo el relato
aparecido en el Nican Mopohua, estas figuras se corresponderían con las
del indio Juan Diego, el obispo Zumárraga y las demás personas
presentes en el momento en que el "indito" desplegó la tilma, mostrando
la imagen de la Virgen.
Para
algunos de los estudiosos de la tilma estas imágenes no son otra cosa
que el último de los milagros de la guadalupana, un mensaje colocado en
los ojos de la imagen para que fueran descubiertos sólo cuando la
humanidad alcanzase cierto desarrollo tecnológico. Un mensaje, en
definitiva, colocado para demostrar la veracidad de unos hechos que
cambiaron la historia del Nuevo Mundo.
ALGUNOS ELEMENTOS DE DESCRIPCIÓN DE LA IMAGEN DE GUADALUPE
La estatura de la Virgen en el ayate es de 143 centímetros y representa a una joven cuya edad aproximada es de 18 a 20 años. Su rostro es moreno, ovalado y en actitud de profunda oración. Su semblante es dulce, fresco, amable, refleja amor y ternura, además de una gran fortaleza.
Sus
manos están juntas en señal del recogimiento de la Virgen en profunda
oración. La derecha es más blanca y estilizada, la izquierda es morena y
más llena, podrían simbolizar la unión de dos razas distintas. Lleva el
cabello suelto, lo que entre los aztecas era señal de una mujer
glorificada con un hijo en el vientre. Está embarazada. Su gravidez se
constata por la forma aumentada del abdomen, donde se destaca una mayor
prominencia vertical que trasversal, corresponde a un embarazo casi en
su última etapa.
La
flor de cuatro pétalos o Nahui Ollin: es el símbolo principal en la
imagen de la Virgen, es el máximo símbolo náhuatl y representa la
presencia de Dios, la plenitud, el centro del espacio y del tiempo. En
la imagen presenta a la Virgen de Guadalupe como la Madre de Dios y
marca el lugar donde se encuentra Nuestro Señor Jesús en su vientre.
Las Estrellas del Manto de la Virgen.
El Día del Milagro
El
martes 12 de diciembre de 1531 ocurrió la aparición de la Santa Imagen
de la Virgen de Guadalupe en el ayate de Juan Diego. La mañana de ese
mismo día tuvo lugar el solsticio de invierno, que para las culturas
prehispánicas significaba: el Sol moribundo que vuelve a cobrar vigor,
el nacimiento del nuevo Sol, el retorno de la vida. Ya que el solstico
de invierno es el punto en el cual la tierra, en su recorrido en torno
al Sol, da un cambio de dirección en su orbita y comienza a acercarse al
astro rey. Con este cambio de dirección se tiene la impresión de que el
Sol va recobrando su fuerza y que el invierno va debilitándose.
Para
los indígenas el solsticio de invierno era el día más importante en su
calendario religioso, era el día en que el Sol vence a las tinieblas y
surge victorioso. Por esto no es casual que precisamente en ese día la
Virgen de Guadalupe haya presentado a su Hijo Jesús a los pueblos
indígenas porque así ellos pudieron comprender que Ella traía en su seno
al Dios verdadero.
¿Qué hay en el Manto de la Virgen de Guadalupe?
De
acuerdo con el doctor Juan Homero Hernández Illescas se comprueba, con
admirable exactitud, que en el manto de la Virgen de Guadalupe está
reproducido el cielo del momento de la aparición: la mañana del
solsticio de invierno de 1531.
En
el manto están representadas las estrellas más brillantes de las
principales constelaciones visibles desde el Valle del Anáhuac aquella
madrugada del 12 de diciembre de 1531. Allí están las constelaciones
completas. Las estrellas se encuentran agrupadas como en la realidad.
Deslumbrantes testimonian la grandeza del milagro.
LAS CONSTELACIONES DEL MANTO
A) Lado Izquierdo de la Virgen
En
el lado izquierdo del manto de la Virgen (a nuestra derecha porque la
vemos de frente) se encuentran “comprimidas” las constelaciones del sur:
Cuatro
estrellas que forman parte de la constelación de Ofiuco (Ophiucus).
Abajo se observa Libra y a la derecha, la que parece una punta de flecha
corresponde al inicio de Escorpión (Scorpius). Intermedias con la
porción inferior, se pueden señalar dos de la constelación de Lobo
(Lupus) y el extremo de Hidra (Hydra). Hacia abajo se evidencia la Cruz
del Sur (Crux) sin ninguna duda, y a su izquierda aparece el cuadrado
ligeramente inclinado de la constelación de Centauro (Centaurus). En la
parte inferior, solitaria, resplandece Sirio.
B) Lado Derecho de la Virgen
En el lado derecho del manto de la Virgen se muestran las constelaciones del norte:
En
el hombro, un fragmento de las estrellas de la constelación de Boyero
(Bootes), hacia abajo a la Izquierda le sigue la constelación de la Osa
Mayor (Ursa Maior) en forma de una sartén. La rodean: a la derecha
arriba, la cabellera de Berenice (Coma Berenices), a la derecha abajo,
Lebreles (Canes Venatici), a la izquierda Thuban, que es la estrella más
brillante de la constelación de Dragón (Draco).
Por
debajo de dos estrellas (que todavía forman parte de la Osa Mayor), se
percibe otro par de estrellas de la constelación del Cochero (Auriga) y
al oeste, hacia abajo, tres estrellas de Tauro (Taurus). De esta manera,
quedan identificadas en su totalidad y en su sitio, un poco
comprimidas, las 46 estrellas más brillantes que rodean el horizonte del
Valle de México.
Conclusión
La
extraordinaria distribución de las estrellas en el manto de la Virgen
no puede ser producto del azar. Pues ninguna distribución al azar puede
representar con exactitud y en su totalidad las constelaciones de
estrellas de un momento determinado. De hecho, un estudio iconográfico
de 150 pinturas de la Virgen de Guadalupe de los siglos XVII y XVIII,
realizado por el Dr. Hernández, no encontró ni una sola copia en la cual
se pudieran reconocer las constelaciones presentes en la tilma de Juan
Diego.
En opinión del Dr. Juan Homero Hernández Illescas, la Virgen
de Guadalupe aparece completa en el firmamento para ofrecer, con su
manto celestial, protección a todo el mundo.
LA VIRGEN Y LA PROPORCIÓN DORADA
QUE ES LA PROPORCIÓN ÁUREA
La crítica artística afirma que una obra es bella y perfecta cuando encuentra en ella armonía entre el color, la línea, la luz y la composición, entre otros elementos. Una de las formas más bellas para lograr esta armonía es por medio de la llamada proporción dorada o áurea. La imagen original de la Virgen de Guadalupe estampada en el ayate del indio Juan Diego cumple con esta perfección extraordinaria, de acuerdo con el análisis que de la tilma ha hecho el doctor Juan Homero Hernández Illescas.
La proporción dorada está formada por un cuadrado al que se le agrega un rectángulo, para formar un espacio donde el lado menor corresponde al mayor en una relación de 1 a 1.6181... denominada número áureo.
La proporción dorada se encuentra en todas las manifestaciones del arte desde Mesopotamia, Egipto, Grecia y Roma, hasta nuestros días. Se emplea en la escultura, la arquitectura, la pintura y se existe entre las diferentes partes del hombre, de los animales y de las plantas, actuales o fósiles. También aparece misteriosa en la música, la literatura (en especial en la poesía), en el microcosmos (en la forma en la que se agrupan los átomos) y en las galaxias, es decir, en el macrocosmos.
Es patrón universal e intemporal de perfección, equilibrio, balance, elegancia, delicadeza y belleza. Al analizar la imagen original de la Virgen de Guadalupe encontramos el cuadrado de la proporción dorada. A partir de éste aparecen más cuadriláteros y rectángulos en toda la figura, así como formas verticales y horizontales simétricas.
De manera maravillosa, justo en el vientre de la Virgen Morena, se enmarca, con base en el teorema de Pitágoras y muchos otros símbolos derivados de la proporción áurea, el Nahui Ollín, la flor náhuatl de cuatro pétalos, que para las antiguas culturas mesoamericanas representaba la presencia de Dios, el centro del espacio y del tiempo. Con el Nahui Ollín en su vientre la Virgen de Guadalupe confirma a los indígenas que es la madre del Dios Verdadero, Jesucristo, que ella trae al Nuevo Mundo para darlo a conocer. Es precisamente la parte más importante del ayate de Juan Diego.
La Guadalupana es portadora de un mensaje cristocéntrico que los indígenas pudieron comprender inmediatamente, por eso se convierte en la primera y más importante evangelizadora de América.
Fuente: tomada del libro La Virgen de Guadalupe y la Proporción Dorada, Dr. Juan Homero Hernández Illescas, Centro de Estudios Guadalupanos.
EN EL SIGLO DEL ATEÍSMO, MILAGROS QUE DESCONCIERTAN A LA CIENCIA
La
Virgen de Guadalupe deslumbraba con su prodigiosa variedad de
significados simbólicos pero la pintura escondía aún otras maravillas
simbólicas, cuya revelación Dios reservaba para varios siglos después: precisamente para nuestra época de incredulidad y apostasía, como preludiando una nueva y más prodigiosa conversión...
●
Los primeros exámenes científicos a que la tilma fue sometida, en 1666 y
en 1787, concluyeron que la pintura no era obra de pincel ni otro medio
humano conocido, y que su conservación era humanamente inexplicable (la
fibra de magüey no dura más de 20 años, y la humedad salitrosa del
lugar la corrompe rápidamente).
● Estas conclusiones fueron
confirmadas en 1954 por el profesor español Francisco Camps Ribera,
autoridad europea y mundial en técnicas pictóricas, quien observó que la
burda tela absolutamente no ofrecía condiciones para pintar trazos tan
delicados sobre ella, y que en la imagen no hay huella de pincel.
●
Pero lo más asombroso es que ¡tampoco hay pintura! En 1936 el profesor
de química de la Universidad de Heidelberg Richard Kühn, de origen judío
y Premio Nobel de Química 1938, dictaminó que en el diseño de la imagen
no existe ningún colorante conocido, ni animal, ni vegetal, ni mineral.
Es materia desconocida.
● Las fotografías en infrarojo de la
imagen tomadas en 1946, de frente (der.) y al dorso (izq.), revelaron la
ausencia completa de trazos de pincel y de cualquier otra técnica
pictórica conocida Las fotografías en infrarrojo tomadas por Jesús
Cataño en 1946, de ambos lados de la tilma, corroboran que no hay
huellas de pincel ni de otro medio conocido. Junto con el Santo Sudario
de Turín, esta es la única imagen calificada con el vocablo griego
aceiropoivhtoV (literalmente “pintada sin el uso de manos”).
●
Esto fue nuevamente confirmado por las fotografías con rayos infrarojos
obtenidas en 1979 por los científicos de la NASA Jody Brand Smith y
Philip S. Callaghan. Ellos concluyeron que “la técnica empleada es
desconocida en la historia de la pintura. Es inusual, incomprensible e
irrepetible”.
● Como también es inexplicable que el color de la
pintura se mantenga vivo y remozado después de cinco siglos, sobre una
tela que debería haberse deshecho en pocos años, increíblemente
conservada en perfecto estado hasta hoy.
● Pero hay más. En 1929
el fotógrafo Alfonso Marcué había descubierto que en el ojo derecho de
la imagen se refleja el busto de un hombre, posiblemente Juan Diego o el
Obispo Zumárraga. La persecución anticatólica que se vivía entonces en
México impidió llevar adelante las investigaciones. Pero en 1951 el
dibujante Carlos Salinas, examinando fotografías ampliadas de la imagen,
reconoció esa misma figura reflejada en las córneas de ambos ojos. Esto
fue confirmado por una comisión de 20 oculistas, químicos,
optometristas y diseñadores tras 8 años de investigaciones
●
Tres destacados oftalmólogos, los doctores Rafael Torija Lavoignet,
Enrique Graue Díaz-González, y Amado Jorge Kuri, examinaron
separadamente los ojos de la imagen con instrumentos de mucha precisión y
llegaron a una misma conclusión, que parecen “ojos vivos”. Graue los
examinó con un oftalmoscopio de alta potencia y descubrió una
luminosidad en las pupilas: “Uno pasa el haz de luz en los ojos de la
Virgen de Guadalupe y ve cómo brilla el iris y cómo el ojo adquiere
profundidad. ¡Es algo que emociona!... le recuerdan a uno los ojos de
una persona viva”
El fabuloso porvenir católico de América Latina
●
Las sorpresas no paran ahí: en diciembre de 1981 los astrónomos del
observatorio Laplace de México, P. Mario Rojas, y el Dr. Juan Homero
Hernández Illescas verificaron que las estrellas que aparecen en la
pintura corresponden a la posición de las constelaciones en el cielo de
México en la madrugada del propio día de la aparición, 12 de diciembre
de 1531. Se identifican del lado derecho las constelaciones de Libra,
Escorpión, Hidra, Centauro y nuestra Cruz del Sur; y al lado izquierdo
Boyero, Osa Mayor, Berenice, Lebrel, Tauro y Dragón. ¡El simbolismo de
la Reina del Cielo!
● Otro detalle asombroso: la tilma está
colocada sobre una placa metálica cuya temperatura es de 15° C., pero el
tejido tiene una temperatura de 36,5°C., correspondiente a la de un
cuerpo humano vivo normal Lo que caracteriza estos hallazgos realizados
en el siglo XX es que ninguno de ellos tiene explicación científica.
Estamos, pues, delante de un milagro ocurrido hace cinco siglos, que
continúa desdoblándose hasta hoy, en nuevos y prodigiosos
sub-milagros...
Esta secuencia maravillosa, ¿qué otras maravillas
augura? Sin duda, con ella la Santísima Virgen nos muestra un
acercamiento a los fieles de México y de toda América Latina, inédito en
la Historia. Por cierto hay en esa proximidad un grand dessein, una
celestial y grandiosa intención. Sus ojos benignos puestos sobre el
Continente mestizo indican una especialísima predilección.
Más
aún, el hecho de que la raza americana aparezca reflejada en esos “ojos
misericordiosos”, le da al milagro de Guadalupe una dimensión profética.
Y nos comunica la luminosa certeza de que el triunfo universal del
Inmaculado Corazón de María, que la misma Virgen prometió en Fátima,
tendrá en América Latina —el continente mariano por excelencia— un
protagonista de excepción, para construir aquí una nueva civilización
cristiana de grandeza inimaginable.
MILAGRO EN LA BASÍLICA DE GUADALUPE
Durante una misa ofrecida por los niños mártires abortados se produjo un milagro en presencia de miles de testigos.
Luego
de la celebración de la santa misa los peregrinos comenzaron a observar
atónitos y a tomar fotos del Ayate del Tepeyac al ver con sus propios
ojos como desde el vientre de la imagen comenzó a brillar una intensa
luz.
La
imagen de la Virgen comenzó como a "retirarse" y comenzó a brillar una
luz intensa que salía de su vientre , esta luz tomó forma de un embrión.
Dicha forma coincide exactamente tanto en forma como también en su ubicación al de un embrión en el vientre materno.
MAS INFORMACIÓN CIENTÍFICA, HISTÓRICA Y RELIGIOSA :
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