P. José Antonio Fortea
Después los años han pasado, y el río impetuoso de
la juventud se serena, se ven las cosas en su justa medida. El celo
continúa. El deseo de que los hombres conozcan a Cristo, persiste. Pero
bien encauzado. O, al menos, mejor encauzado. Ahora entiendo que los
medios a través de los que buscaba hacer el bien, sin ser malos, no eran
adecuados. El mundo nunca amará a los que no son del mundo.
Hace dos días, recibí una carta que transcribo:
Buenos días, soy N., nacido en N, ahora 20 años, estudio X y vivo en el Colegio N.
El otro día en la oración me di cuenta del problema de comunicación
externa que tiene hoy la Iglesia, y que hace que el mensaje no llegue
tan lejos como podría llegar. Simplemente quiero recordarle el bien que puede hacer usted con su mensaje
(todo lo relacionado con demonios, posesiones, ya me entiende). Por
eso, pienso que su mensaje no llega lo suficientemente lejos. No es
cuestión mediática, pero sí de efectividad. Creo que Dios, a través de usted, podría llegar a más
(de los muchos que ya les llega). Creo además que es un problema
general de
la Iglesia, que necesita adaptarse a las nuevas formas de
comunicación. Sólo es una crítica constructiva como cristiano que soy.
Mucho ánimo, ya que un gran poder lleva una gran responsabilidad. Tiene un servidor aquí para lo que necesite. Pido por usted.
Un saludo.
Respuesta mía:
Querido amigo:
Cuando era yo un cura más joven, lleno de
entusiasmo, de celo, de ganas de que todo el mundo se convirtiera a
Cristo, pensé que debía hacer lo posible y lo imposible para que toda la
sociedad conociera el gran don de Cristo que es el exorcismo, y que
para ello el uso de los medios de comunicación era un medio utilísimo.
Este afán pronto se encontró con la limitación de las órdenes de mi
obispo. Al principio, me costó aceptar esto. Pero después he entendido
que Dios estaba detrás. Sin esas limitaciones, órdenes, consignas,
consejos y prohibiciones, me hubiera perdido. Lo hubiera hecho todo con muy buena intención, pero me hubiera consumido en mi propio fuego.
El fuego del celo por las almas, mezclado con el fuego del propio amor.
Amor a la propia excelencia camuflado bajo buenos fines. La única cosa
que me salvó de mí mismo, fue la obediencia.
Después los años han pasado, y el río impetuoso de
la juventud se serena, se ven las cosas en su justa medida. El celo
continúa. El deseo de que los hombres conozcan a Cristo, persiste. Pero
bien encauzado. O, al menos, mejor encauzado. Ahora entiendo que los
medios a través de los que buscaba hacer el bien, sin ser malos, no eran
adecuados. El mundo nunca amará a los que no son del mundo.
Estoy diciendo con esto que si me invitan a un programa de televisión
y cuento con el permiso de mi obispo, no iría. No, no digo eso. Iría.
Pero iría desde el escepticismo de saber que la sociedad está corrompida
y que, por tanto, lo mejor es presentar las cosas del modo más somero posible, del modo más sobrio, del modo más escuetamente evangélico,
y ya está. Antes iba a un programa con la ilusión de que se produjera
una gran bola de nieve de repercusión social, que arrastrara muchas
conversiones. Ahora voy desde la seguridad de la gente sentada en el
sillón no cree y no va a creer, y que por tanto me conformo con despertar el interés en algunas conciencias.
Ahora me siento satisfecho con mucho menos, porque pretendo mucho
menos. Como cuando San Pabo abandonó el Areópago. Yo valgo mucho menos
que cuando Pablo fue a ese Areópago. Pero he comprendido lo mismo que
él, al bajar de la tribuna. Atenas no cambiará. Ningun milagro cambiará
la sociedad. Sólo podemos ser pescadores humildes que pescan poco a poco, pez a pez. A veces, algo más en las redes.
Pero sólo eso. Nuestro trabajo es artesanal. Bueno, no sé si te sientes
contestado. Pero ésta es mi respuesta desde dentro de un río más
moderado, sin saltos de agua, sin grandes planes, sólo pequeños y
humildes planes.
Un saludo.
P. José Antonio Fortea
Publicado en El blog del padre Fortea, 5-XII-2012,
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