16ª Semana. Sábado
LA NUEVA ALIANZA
El sto. Padre Pío en la consagración |
Ideas principales:
— La alianza del Sinaí y la Nueva Alianza de Cristo en la Cruz.
— La renovación de la Alianza: la Santa Misa.
— Amar el Sacrificio del altar.
I. Leemos en el libro del Éxodo1
que cuando Moisés bajó del Sinaí dio a conocer al pueblo los
mandamientos que había recibido de Dios. Los israelitas se obligaron a
cumplirlos y Moisés los puso por escrito. A la mañana siguiente
edificaron un altar en la parte más baja de la montaña y alzaron doce
piedras, en memoria de las doce tribus de Israel. Inmolaron unas
víctimas con cuya sangre ratificaron la Alianza que Yahvé realizaba con
su pueblo. Mediante este pacto, los israelitas se comprometían a cumplir
los preceptos divinos recibidos por Moisés en el Sinaí, y Yahvé, con
amor paternal, velaría por su pueblo, elegido entre todos los pueblos de
la tierra. El rito se realizó a través de la sangre, símbolo de la
fuente de la vida. Se roció sobre el altar, que representaba a Dios y
después de leer Moisés solemnemente y en voz alta el «libro de la
Alianza», roció al pueblo. La aspersión con la sangre expresaba esta
unión especial de Yahvé y su pueblo2.
Tan importante es este acontecimiento que ha de ser recordado y renovado en muchas ocasiones3.
El pueblo romperá incontables veces el pacto, pero Dios no se cansa de
perdonar y de amar; no solo perdona: anuncia por los Profetas, una y
otra vez, la nueva Alianza en la que mostrará su infinita misericordia4.
Por la Sangre de Cristo, derramada en la Cruz, se sellará el nuevo y
definitivo pacto anunciado, que une estrechamente a Dios su nuevo
pueblo, la humanidad entera, llamada a formar parte de la Iglesia. El
sacrificio del Calvario fue un sacrificio de valor infinito que
estableció unas relaciones completamente nuevas e irrevocables de los
hombres con Dios.
«¿Deseas descubrir (...) el valor de esta sangre?,
pregunta San Juan Crisóstomo. Mira de dónde brotó y cuál sea su fuente.
Empezó a brotar de la misma Cruz y su fuente fue el costado del Señor.
Pues muerto ya Jesús, dice el Evangelio, uno de los soldados se acercó
con la lanza, y le traspasó el costado, y al punto salió agua y sangre:
agua, como símbolo del Bautismo; sangre, como figura de la Eucaristía.
El soldado le traspasó el costado, abrió una brecha en el muro del
templo santo, y yo encuentro allí el tesoro escondido y me alegro con la
riqueza hallada»5.
Esta riqueza la encontramos cada día en la Santa Misa, donde el cielo
parece unirse con la tierra, ante el asombro de los mismos ángeles, y
allí nos unimos con Cristo en una intimidad real y verdadera; el antiguo
pueblo elegido jamás pudo imaginar algo semejante. «Te suplico,
dulcísimo Jesucristo –le decimos al Señor con una antigua oración para
la acción de gracias de la Misa–, que tu Pasión sea la virtud que me
fortalezca, proteja y defienda; tus llagas sean para mí manjar y bebida
con las cuales me alimente, embriague y deleite; la aspersión de tu
sangre me purifique de todos mis delitos; tu muerte sea para mí vida
permanente, tu Cruz sea mi eterna gloria...»6.
II. Vienen días, palabra de Yahvé, en
los que Yo haré una alianza nueva con la casa de Israel y la casa de
Judá; no como la alianza que hice con sus padres, cuando los saqué de la
tierra de Egipto...7.
En la Última Cena, el Señor anticipó lo que más tarde llevaría a cabo
al morir. En aquella acción mostró a sus discípulos lo que quería hacer e
hizo en la Cruz: la entrega de su Cuerpo y de su Sangre por todos. La
Cena es la anticipación del sacrificio de la Cruz8. Este cáliz es la Nueva Alianza en mi sangre; cuantas veces lo bebáis, hacedlo en conmemoración mía9, palabras del Señor que recoge San Pablo en la primera Carta a los Corintios escrita unos veintisiete años después de aquella noche memorable, y que se guardaban en el seno de la Iglesia como un tesoro.
La palabra conmemoración recoge el sentido de
la palabra hebrea que se utilizaba para designar la esencia de la fiesta
judía, como recuerdo o memorial de la salida de Egipto y de la Alianza
hecha por Dios en el Sinaí10.
Con estos ritos, los israelitas no solo recordaban un acontecimiento
pasado, sino que tenían conciencia de actualizarlo o revivirlo, para
participar en él a lo largo de todas las generaciones. Cuando Nuestro
Señor manda a los Apóstoles haced esto en conmemoración mía, no
les dice simplemente que recuerden aquel momento único de la Cena
memorable, sino que renueven su sacrificio del Calvario, que está ya
anticipadamente presente en aquella Cena.
Ahora, cada día, en todo el mundo, se renueva esta Alianza siempre que se celebra la Santa Misa. En cada altar se re-presenta, es decir, se vuelve a hacer presente, de modo misterioso pero real, el mismo sacrificio de Cristo en el Calvario: se realiza en el presente, aquí y ahora, la obra de nuestra Redención que Cristo realizó allí y entonces,
como si desapareciesen los veinte siglos que nos separan del Calvario.
El carácter de Nueva Alianza del Sacrificio Eucarístico se pone
particularmente de manifiesto en el momento de la Consagración11. En esos instantes hemos de expresar, de modo más consciente, nuestra fe y nuestro amor.
Un autor antiguo daba estas recomendaciones al
sacerdote que celebra, y que, con la oportuna acomodación, nos pueden
ayudar a todos a vivir con más intensidad de fe y de amor ese momento
tan grande. Una vez pronunciadas las palabras que hacen presente a
Cristo sobre el altar, «penetra con los ojos de la fe en lo que se
esconde bajo las especies sacramentales; arrodillándote entonces, mira
con los ojos de la fe al ejército de los ángeles que te rodea, y adora
con ellos a Cristo con una reverencia tan profunda que humilles tu
corazón hasta el abismo. En la elevación, contempla a Cristo elevado en
la Cruz, y pídele que traiga a Sí todas las cosas. Haz actos
intensísimos de las diversas virtudes, ora unos, ora otros, de fe, de
esperanza, de amor, de adoración, de humildad..., diciendo con la mente:
“¡Jesús, Hijo de Dios, ten compasión de mí! Señor mío y Dios mío.
Te amo, Dios mío, y te adoro con todo mi corazón y sentimientos”.
Puedes también renovar la intención por la que celebras y ofrecer lo ya
consagrado según los cuatro fines. Pero de modo especial, cuando elevas
el cáliz, acuérdate con dolor y lágrimas de que la sangre de Cristo fue
derramada por ti y de que con frecuencia tú la has despreciado; adórale
en compensación por los desprecios pasados»12.
Nuestra fe y nuestro amor han de quedar fortalecidos particularmente en esos momentos de la Consagración.
III. ¡Qué deseables son tus moradas, Señor de los ejércitos! Mi alma se consume y anhela los atrios del Señor13.
¡Con qué amor y reverencia hemos de acercarnos a la Santa Misa! Allí
está el manantial sublime de las gracias siempre nuevas, al que deben
venir todas las generaciones que van sucediéndose en el tiempo para
encontrar la fortaleza en el largo camino hacia la eternidad14. Allí encontramos la gracia, y al Autor mismo de toda gracia15.
Cuando nos preparemos para celebrar o para participar
del Santo Sacrificio del altar, hemos de hacerlo de un modo tan intenso y
tan activo que estrechamente nos unamos con Jesucristo, Sumo Sacerdote,
según lo que nos indica San Pablo: Habéis de tener en vuestros corazones los mismos sentimientos que tuvo Jesús en el suyo16, y ofrezcamos el Santo Sacrificio juntamente con Él y por Él, y con Él nos ofrezcamos también nosotros mismos17.
Y para cuidar esa íntima unión con Jesucristo en la Santa Misa nos
ayudará mucho el esmero en la participación exterior en la Liturgia, que
ha de ser consciente, piadosa y activa, con recta disposición de ánimo, poniendo el alma en consonancia con la voz y colaborando con la gracia divina18.
Prestaremos delicada atención a los diálogos y a las aclamaciones,
haremos actos de fe y de amor en los breves silencios previstos,
pediremos a la Santísima Virgen que nos enseñe a estar particularmente
vigilantes, con la vigilancia del amor, en el momento de la
Consagración, al recibir en nuestra alma a Jesús... No echaremos en
olvido el valor de la puntualidad, delicada atención para con el Señor y
para con los demás, el modo de vestir, con sencillez pero con la
dignidad que tal acción requiere, pues «no ama a Cristo quien no ama la
Santa Misa, quien no se esfuerza en vivirla con serenidad y sosiego, con
devoción, con cariño. El amor hace a los enamorados finos, delicados;
les descubre, para que los cuiden, detalles a veces mínimos, pero que
son siempre expresión de un corazón apasionado. De este modo hemos de
asistir a la Santa Misa. Por eso he sospechado siempre que, los que
quieren oír una Misa corta y atropellada, demuestran con esa actitud
poco elegante también, que no han alcanzado a darse cuenta de lo que
significa el Sacrificio del altar»19.
La acción de gracias después de la Misa completará
esos momentos tan importantes del día, que tendrán una influencia
decisiva en el trabajo, en la vida familiar, en la alegría con que
tratamos a los demás, en la seguridad y confianza con que vivimos la
jornada. La Misa, así vivida, nunca será un acto aislado, sino alimento
de nuestras acciones; les dará unas características peculiares, las que
corresponden y definen a un hijo de Dios que vive como tal en medio del
mundo, corredimiendo con Cristo.
Procuremos encontrar a Nuestra Señora en la Santa
Misa, que es como una prolongación del Calvario, donde Ella acompañó a
su Hijo en el dolor, ofreciéndose al Padre. Ofrezcamos a Jesús, y
nosotros con Él, por medio de Santa María, que de un modo muy particular
se halla presente en el Santo Sacrificio: «¡Padre Santo! Por el Corazón
Inmaculado de María os ofrezco a Jesús, vuestro Hijo muy amado, y me
ofrezco yo mismo en Él, con Él y por Él a todas sus intenciones y en
nombre de todas las criaturas»20.
1 Primera lectura. Año I. Ex 24, 3-8. — 2 Cfr. B. Orchard y otros, Verbum Dei, vol I, in loc. — 3 Cfr. 2 Sam 7, 13-16, 28, 69; Jos 24, 19-28. — 4 Cfr. Jer 31, 31-34; Ez 16, 60; Is 42, 6. — 5 San Juan Crisóstomo, Catequesis bautismales, III, 19. — 6 Preces selectae, Adamas Verlag, Colonia 1987, p. 20. — 7 Jer 31, 31.— 8 Cfr. M. Schmaus, Teología dogmática, vol. VI p. 244. — 9 1 Cor 11, 25. — 10 Cfr. Sagrada Biblia, Epístolas de San Pablo a los Corintios, EUNSA, Pamplona 1984, nota a 1 Cor 11, 24. — 11 Cfr. B. Orchard y otros, loc. cit. — 12 Card. J. Bona, El sacrificio de la Misa, pp. 145-146. — 13 Salmo responsorial. Año II. Sal 83, 2-3. — 14 Cfr. R. Garrigou-Lagrange Las tres edades de la vida interior, vol. I, p. 131. — 15 Cfr. Pablo VI, Instr. Eucaristicum Mysterium, 25-III-1967, 4. — 16 Cfr. Flp. 2, 5 — 17 Cfr. Pío XII, Enc. Mediator Dei, 20-XI-1947. — 18 Cfr. Conc. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 48 y 11. — 19 San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 92. — 20 P. M. Sulamitis, Ofrenda del Amor Misericordioso, Salamanca 1931.
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