En estos dias primeros de la publicación del tan esperado liobro del Papa Benedicto XVI sobre la infancia de Jesús, algunos medios quieren polemizar sobre lo que el Santo Padre expone en su libro. Pero no podemos perder de vista que polemizar sobre la estancia o no de un buey y una mula en el lugar del nacimiento de Cristo es algo que no afecta a la fe. Es simplemente un dato tomado de las profecias del Antiguo Testamento connla intención de mostrar a la humanidad que este jesús es el Mesías esperado. En fin, aquí os dejamos este artículo para vustro disfrute...
Lo ligero, lo veleidoso y lo
insustancial parecen tener las de ganar en nuestra época. No he tenido
aún ocasión de leer el libro de Joseph Ratzinger sobre “La infancia de
Jesús”, pero muchas de las noticias de prensa que han ido apareciendo me
han desconcertado: “El Papa dice que en el pesebre no había ni buey ni
mula”; “el papa elimina a la mula y el buey del portal de Belén”, etc.
Sorprende que un libro que trata sobre
los primeros años de la vida de Jesús de Nazaret sea recibido de este
modo. Jesús es Jesús. Solo Él ha partido al medio la historia de la
humanidad: desde Él y por Él los años y los días se cuentan “antes” y
“después” de Cristo. Solo Él ha sido reconocido por muchos, entre los
que me cuento, como el revelador y la revelación de Dios.
El papa no parece decir nada que no
hayan dicho primero los evangelios. San Mateo es extremadamente parco.
Hablando de la visita de los Magos dice: “Entraron en la casa, vieron al
niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron” (Mt 2,11).
San Lucas no se extiende mucho más: “dio a luz a su hijo primogénito.
Lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio
en el albergue” (Lc 2,7).
El evento central, el nacimiento de
Jesús, es
descrito con total austeridad, sin adornos. Se habla del
nacimiento del hijo de María y de los primeros cuidados: “lo envolvió en
pañales y lo recostó en un pesebre”.
Un albergue era una sala amplia y común
que tenían algunas viviendas de Palestina para las celebraciones
familiares o la acogida de los parientes. Quizá en uno de los muros de
la casa había, adosado, un pesebre, donde recostaron a Jesús.
No hay ningún signo de grandeza ni de poder, sino el testimonio de la una familia y de una madre que cumplen con sus deberes.
Los Padres de la Iglesia, meditando
sobre el significado de estos textos evangélicos, se hicieron eco de un
versículo del libro del profeta Isaías: “El buey conoce a su amo, y el
asno (o la mula) el pesebre de su dueño” (Is 1,3). ¿Qué querían decir
con eso? Que tanto los judíos como los paganos – es decir, la humanidad
entera – precisaban un salvador.
En este texto de Isaías se inspiró la
tradición cristiana para introducir, junto a la cuna de Jesús, un buey y
un asno (o una mula), capaces de reconocer al único Señor.
La Navidad no es un cuento para niños,
sino la respuesta de Dios al drama de la humanidad que busca la paz
verdadera. No obstante, nada hay de malo en que una idea, una
convicción, se revista de elementos imaginativos, como es el caso del
buey y de la mula.
Quedarse en la anécdota sería
superficial. Pero todo apunta a pensar que esa superficialidad no es del
todo inocente. Tal vez molesta demasiado que Dios se haya acercado
tanto a nosotros.
Guillermo Juan Morado.
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