¿Cómo,
Señor, puede uno confirmarse en la fe palpando las heridas? ¿Por qué te
has mostrado con las señales de tu Pasión, cuando ya estás glorioso?
¿Qué quieres decirnos con tu invitación a palpar las huellas de tu
entrega?
En el
encuentro de Jesús con el apóstol Santo Tomás, cuando el Señor acepta
lo que quería el discípulo, palpar los agujeros de los clavos, se
descubre el mejor testimonio de que el Crucificado era el mismo que el
Resucitado. Por ello, nuestras heridas recuperan un sentido profético, y
son ocasión propicia para ungirlas de luz pascual.
El bálsamo
que enjuga nuestro sufrimiento es, sin duda, la misericordia divina.
Gracias al perdón y a la compasión de Dios, nuestras historias más
negativas se pueden convertir en experiencias trascendentales y
luminosas, por el conocimiento de nosotros mismos que nos dejan y la
sabiduría que nos aportan.
Traigo como
ofrenda de Pascua las palabras sobre la misericordia divina que el papa
Francisco nos está regalando en todas sus intervenciones; es el
secreto para avanzar por el camino de la existencia en vez de
resentidos y humillados, agradecidos y creyentes. Sólo en las palabras
que nos dirigió en el premier “Angelus”, cita por 10 veces la
misericordia:
“Necesitamos comprender bien esta misericordia de Dios, este Padre misericordioso
que tiene tanta paciencia… Recordemos al profeta Isaías, cuando afirma
que, aunque nuestros pecados fueran rojo escarlata, el amor de Dios los
volverá blancos como la nieve. Es hermoso esto de la misericordia”.
“El mensaje de Jesús es éste: La misericordia. Para mí, lo digo con humildad, es el mensaje más fuerte del Señor: la misericordia”
“Jesús ha
despertado en el corazón tantas esperanzas, sobre todo entre la gente
humilde, simple, pobre, olvidada, esa que no cuenta a los ojos del
mundo. Él ha sabido comprender las miserias humanas, ha mostrado el rostro de misericordia de Dios y se ha inclinado para curar el cuerpo y el alma”.
“En realidad, Dios ha hablado, ha respondido, y su respuesta es la Cruz de Cristo: una palabra que es amor, misericordia, perdón”.
Una oración
avalada por el Evangelio es la del ciego de Jericó: “Jesús, Hijo de
David, ten misericordia de mí”. Y se le abrieron los ojos.
Angel Moreno de Buenafuente
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