Del libro El año litúrgico de Mons. Julián López Martín (Madrid, 1984, pp. 259s):
"La piedad
popular ha unido culto a los santos y recuerdo de los difuntos, sin duda
ante la proximidad de una y otra conmemoración litúrgica. Lo cierto es
que en la solemnidad del 1 de noviembre y en la conmemoración del día 2
late una misma fe eclesial, iluminada por la esperanza de la vida eterna
La
actual Conmemoración de Todos los Difuntos se remonta a una disposición
del santo abad Odilón de Cluny, que en el año 998 dispuso que en todos
los monasterios de su jurisdicción 'se recordara a las almas del
purgatorio para aliviarlas de sus penas y alcanzarles de Dios
purificación e indulgencia', según cuenta su biógrafo. Escogió
precisamente el 2 de noviembre por su proximidad con la solemnidad de
Todos los Santos.
Bajo
el influjo de Cluny, la conmemoración se extendió pronto por toda
Europa. La liturgia romana la introduce en el siglo XIV. De España se
sabe que existió una celebración análoga dentro de la liturgia
hispánica, pues San Isidoro de Sevilla (+636) manda en la Regla de los monjes
que el día después de Pentecostés 'se celebre el santo sacrificio por
los espíritus de los difuntos, a fin de que, participando de la vida
bienaventurada, reciban más puros sus cuerpos el día de la
resurrección'. Precisamente en España nació la costumbre, confirmada por
el papa Benedicto XIV en 1748, de celebrar tres misas el día 2 de
noviembre. En 1915, el papa Benedicto XV extendió este privilegio a toda
la Iglesia, con el fin expreso de que una de las tres misas sirviese
perpetuamente para compensar los legados de misas que por incuria de los
hombres se hubiesen perdido o dejado de cumplirse.
Hoy el Misal romano
conserva los tres formularios de