¡Oh
Augusta Reina de los Cielos y Señora de los Ángeles! Pues habéis
recibido de Dios el poder y la misión de aplastar la cabeza de satanás,
os lo suplicamos humildemente, enviadnos las legiones angélicas, para
que bajo vuestro mando, persigan a los demonios, combatan contra ellos
en todas partes, repriman su audacia y los sepulten en el infierno.
¿Quién como Dios? Santos ángeles y arcángeles: defendednos, guardadnos.
¡Oh
buena y tierna Madre! Vos seréis siempre nuestro amor y nuestra
esperanza. ¡Oh divina Madre! Enviad los santos ángeles para defenderme y
para rechazar lejos al demonio, mi cruel enemigo.
***
Sobre
la oración “Oh Augusta Reina” escrita por el Venerable Luis Eduardo
Cestac, Fundador de la Congregación de las Siervas de María, Anglet,
cerca de Bayona.
En 1863, un
alma que tenía muy experimentadas las bondades de la Sma. Virgen, fue
súbitamente herida como de un rayo de luz divina.
Parecióle
ver a los demonios diseminados por toda la tierra, haciendo estragos
inexplicables. Al mismo tiempo sintió su mente elevada hacia la Sma.
Virgen, la cual le dijo que efectivamente los demonios andaban sueltos
por el mundo y que había llegado la hora de rogarle como Reina de los
Ángeles, pidiéndole que enviase las legiones santas para combatir y
aplastar los poderes infernales.
Madre mía, dijo esta alma, ya que sois tan buena, ¿no podrías enviarlas sin que os lo rogáramos?
– No, respondió la Sma. Virgen; la oración es condición impuesta por Dios para alcanzar las gracias.
- En este caso, Madre mía, ¿querrías enseñarme Vos la manera de rogaros?
– Y creyó escuchar de la Sma Virgen, la oración “Oh Augusta Reina”.
El Señor
Cestac fue el depositario de esta oración. Lo primero que hizo fue
presentarla a Monseñor Lacroix, Obispo de Bayona, quien le dio su
aprobación. Mandó imprimir inmediatamente medio millón de ejemplares,
que distribuyó gratis por todas partes.
No estará demás advertir que durante la primera impresión, las máquinas se rompieron dos veces.
La oración “Oh Augusta Reina” se extendió rápidamente y fue aprobada por muchos obispos y arzobispos.
Un rescripto
de San Pío X, de 8 de julio de 1908, concedió a quien rezare esta
Oración trescientos días de indulgencias una vez cada día.