Segundo
domingo de Cuaresma. Mediodía en Roma. Cielo azul sobre un mar humano
congregado en la Plaza de San Pedro para rezar con Benedicto XVI en el
último Ángelus de su pontificado.
“El tiempo cuaresmal nos enseña a disponer el tiempo justo a la oración
personal y comunitaria, dando así respiro a nuestra vida espiritual”
meditó el Santo Padre, enfatizando que “la oración no es un aislarse del
mundo y de sus contradicciones”, como hubiese querido hacer Pedro sobre
el monte Tabor.
Reconociendo también que la oración “conduce a la acción”, el Pontífice
confesó: “Esta Palabra de Dios la siento dirigida particularmente a mí,
en este momento de mi vida. El Señor me llama a ‘subir al monte’, para dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar la Iglesia, por el contrario, si Dios me pide esto, es justamente para que yo pueda continuar sirviéndola con la misma entrega y el mismo amor con el que lo he hecho hasta ahora, pero de una manera más adecuada a mi edad y a mis fuerzas”.
Un tuit especial
Inmediatamente después del Ángelus se ha activado un nuevo mensaje en las cuentas de Twitter del Papa: “En este momento particular, os ruego que recéis por mí y por la Iglesia, confiando como siempre en la Providencia de Dios”.
El Papa en sus "tuits" ha pedido oración en diversas ocasiones por la
Iglesia o por los cristianos perseguidos (en Siria, por ejemplo) y ha
ofrecido sus oraciones y bendiciones... pero nunca había pedido, a través de este medio, que rezasen por él.
Mensaje a los peregrinos de lengua española
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, y a cuantos se
unen a esta oración mariana a través de los medios de comunicación, agradeciendo también tantos testimonios de cercanía y oraciones que me han llegado en estos días.
Jesús, nos dice el Evangelio de hoy, subió al monte a orar, y entonces
se trasfiguró, se llenó de luz y de gloria. Manifestaba así quién era él
verdaderamente, su íntima relación con Dios Padre. En el camino
cuaresmal, la Transfiguración es una muestra esperanzadora del destino
final al que lleva el misterio pascual de la pasión, muerte y
resurrección de Cristo. Y también un signo de la luz que nos inunda y
transforma cuando rezamos con corazón sincero. Que la Santísima Virgen
María nos siga llevando de su mano hacia su divino Hijo. Muchas gracias,
y feliz domingo a todos.
Texto completo de la alocución del Santo Padre a la hora del ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
En el segundo domingo de Cuaresma la Liturgia nos presenta siempre el
Evangelio de la Transfiguración del Señor. El evangelista Lucas resalta
de modo particular el hecho de que Jesús se transfiguró mientras oraba:
la suya es una experiencia profunda de relación con el Padre durante una
especie de retiro espiritual que Jesús vive en un monte alto en
compañía de Pedro, Santiago y Juan, los tres discípulos siempre
presentes en los momentos de la manifestación divina del Maestro (Lc 5,
10; 8, 51; 9, 28).
El Señor, que poco antes había preanunciado su muerte y resurrección (9,
22), ofrece a los discípulos un anticipo de su gloria. Y también en la
Transfiguración, como en el bautismo, resuena la voz del Padre
celestial: “Éste es mi Hijo, mi Elegido; escúchenlo” (9, 35).
Además, la presencia de Moisés y Elías, que representan la Ley y los
Profetas de la antigua Alianza, es sumamente significativa: toda la
historia de la Alianza está orientada hacia Él, hacia Cristo, quien
realiza un nuevo “éxodo” (9, 31), no hacia la tierra prometida como en
tiempos de Moisés, sino hacia el Cielo.
La intervención de Pedro: “¡Maestro, qué bello es estar aquí!” (9, 33)
representa el intento imposible de demorar tal experiencia mística.
Comenta san Agustín: “[Pedro]… en el monte… tenía a Cristo como alimento
del alma. ¿Por qué habría tenido que descender para regresar a las
fatigas y a los dolores, mientras allá arriba estaba lleno de
sentimientos de santo amor hacia Dios que le inspiraban, por tanto, una
santa conducta?” (Discurso 78, 3).
Meditando este pasaje del Evangelio, podemos aprender una enseñanza muy importante. Ante todo, la primacía de la oración, sin la cual todo el empeño del apostolado y de la caridad se reduce a activismo.
En la Cuaresma aprendemos a dar el justo tiempo a la oración, personal y
comunitaria, que da trascendencia a nuestra vida espiritual.
Además, la oración no es aislarse del mundo y de sus contradicciones,
como en el Tabor habría querido hacer Pedro, sino que la oración
reconduce al camino, a la acción. “La existencia cristiana – he escrito
en el Mensaje para esta Cuaresma – consiste en un continuo subir al
monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el
amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros
hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios ” (n. 3).
Queridos hermanos y hermanas, esta Palabra de Dios la siento de modo
particular dirigida a mí, en este momento de mi vida. El Señor me llama a
“subir al monte”, a dedicarme aún más a la oración y a la meditación.
Pero esto no significa abandonar a la Iglesia, es más, si Dios me pide
esto es precisamente para que yo pueda seguir sirviéndola con la misma
entrega y el mismo amor con que lo he hecho hasta ahora, pero de modo
más apto a mi edad y a mis fuerzas. Invoquemos la intercesión de la
Virgen María, que ella nos ayude a todos a seguir siempre al Señor
Jesús, en la oración y en la caridad activa.
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